El encuentro con uno mismo.

“Es imposible no tener enemigos, 
que los enemigos no nacen de nuestra voluntad de tenerlos 
y sí del irresistible deseo que tienen ellos de tenernos a nosotros.”
(El hombre duplicado, José Saramago)

por Sofia Pérez.



En todas las historias sobre viajes en el tiempo o realidades paralelas hay una norma común y constante que debe cumplirse para que el ciclo de acontecimientos establecido siga su curso: no encontrarse con uno mismo. Contemplarte a ti mismo desde fuera, en otra época o situación, puede provocar una brecha espacio-temporal que no sólo alterará los acontecimientos venideros, sino el estado mental de propio sujeto, que no se recuperará de esa visión. Adam es un profesor de historia con una vida rutinaria, en la que cada día se repite igual que el anterior, sin visos de cambiar. Lo único que sacude y activa a Adam es la sorprendente revelación de que hay una persona que es exactamente igual que él. Esto le llevará a una obsesiva búsqueda de ese extraño hombre, llamado Anthony, descubriendo que, aunque son idénticos físicamente, sus vidas son absolutamente diferentes. Frente a su existencia anodina, Anthony tiene la vida que Adam querría. El protagonista de Enemy, de Denis Villeneuve, inspirada en El hombre duplicado de José Saramago, va a forzar el encuentro frente a frente consigo mismo, y cuando intente remediarlo, será demasiado tarde. La conclusión se presenta trágica, y no puede ser de otra manera.



Villeneuve elimina la complejidad interna del protagonista de la novela de Saramago en favor de la ambientación. Esto no es una afirmación de que la película sea una mala adaptación. De hecho, puede que se trate la mejor adaptación que hubiese sido posible. La literatura son palabras, y el cine, imágenes. El director es consciente de la dificultad que supone llevar a la pantalla al escritor portugués, y lo que hace es conducir la película a su terreno, a lo visual. La fotografía de Nicolas Bolduc le da a la ciudad de Toronto un tono constantemente beige, que resulta conveniente desde el momento en que apreciamos su otro referente literario fundamental: Enemy es una película estéticamente kafkiana como pocas, de atmósfera contaminada, enrarecida. El escenario propicio para que se desarrollen los infernales sueños de Adam, protagonizados por arañas, que van creciendo en intensidad hasta llegar a esa versión demencial de las esculturas de Louis Bourgeois. Es la recreación desasosegante de una película esencialmente plástica y sonora, en la que la protagonista invisible es la inquietante música de Danny Bensi y Saunder Jurriaans, igual de elocuente cuando suena que cuando deja espacio a los ajustados silencios.



La perturbadora ambientación engulle sin embargo un relato que impersonaliza a sus personajes, planos, sin emociones, en los que es imposible entrar. El guionista español Javier Gullón construye arquetipos y simplifica el análisis en torno a la identidad, que queda reducido a un nuevo acercamiento al trastorno de personalidad múltiple, uno de los recursos más utilizados en el thriller psicológico. Un juego mental ambiguo, en el que bien podría estar todo en la cabeza de un hombre que se ha inventado una vía de escape en forma de vida paralela. En este sentido, Jake Gyllenhaal, que vuelve a colaborar con Villeneuve tras Prisioneros (2013), realiza su personaje más esquizofrénico desde Donnie Darko (2001). Cuando Anthony se mira en el espejo, ¿es la imagen que le devuelve la de sí mismo? ¿O es Adam? Si uno de los dos desaparece, ¿el otro automáticamente lo hace también?



Enemy busca una conclusión reflexiva, abriendo en los últimos momentos preguntas a las que no da respuesta. Nos entrega una llave pero no nos dice qué puerta abre. Se crean así sentimientos opuestos en el espectador, que encuentra satisfacción en el estimulante poder de deducción que le otorga la película, y a la vez frustración por llegar a ninguna, o a demasiadas soluciones posibles. De un modo u otro, consigue sin duda quedarse grabada en la mente más allá de sus créditos, especialmente gracias a ese limbo final en el que entra el protagonista, donde las más temibles pesadillas se hacen realidad. Porque nuestro peor enemigo no se encuentra ahí fuera. Está en nuestra cabeza. Nuestro peor enemigo somos nosotros mismos.


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