Javier Giner firma un cortometraje que no deja de encandilar. El amor me queda grande es ya uno de los grandes fenómenos del (pequeño) cine (español) de 2014. Os hablamos de esta completa y, totalmente cinéfila, joya.
por Jesús Choya.
Samuel tiene diez años y está locamente enamorado de Lucía. Lucía tiene doce años y un plan maestro para deshacerse del único obstáculo que queda en su vida, tras la misteriosa muerte de su padre en un accidente, para conseguir lo que desea: ser escritora, crítica cinematográfica y rica.
No sabemos si el amor le queda grande a Javier Giner pero viendo su último y aclamado cortometraje uno solo puede corroborar lo que todo el mundo dice: el cortometraje se le queda pequeño.
Tras los galardonados Night Flowers y Save Me!, el director da un giro en su trayectoria cinematográfica para ofrecernos, en el lucidísimo El amor me queda grande, una gran delicia - condensada en un pequeño metraje - de esencia tierna, encantadora y profundamente cinéfila. Un parque, dos niños y diecinueve minutos le sirven a Giner para componer una obra ante la que sucumbir, de la cual enamorarse. Un metraje precioso en fondo (su guión destila una naturalidad y un poder de atracción asombrosos y plausibles) y en forma (el apartado artístico no es menos excelente) liderado por dos jóvenes y cautivadores intérpretes a los que no podemos menos que augurar un futuro excelente: Lucía Caraballo e Izán Corchero aportan tanta perversidad como delicadeza al, cargado de referencias, juego de engaños y amores que Giner plantea con tino en el marco de la infancia.
Javier Giner traslada los clásicos noir a un banco perdido, cualquiera, de un parque infantil para reflexionar sobre las influencias en la infancia - nos influye "ella" (nuestro primer e inocente amor), nos influyen "ellos" (los adultos) y nos influye "él" (el cine) -. Y en esta reflexión más juguetona que grave, de estética hipnótica, colorista y seductoramente almodovariana, caben tanto diálogos afilados e irónicos como reflexiones importantes y, probablemente, inolvidables. Puebla El amor me queda grande una pizca de nostalgia deliciosa y perfectamente perceptible y un montón de extraordinaria espontaneidad - siempre digna de un enfervorecido agradecimiento -. Espontaneidad y, claro, mucha sensibilidad.
Son cuatro los pilares que sostienen (y elevan) una obra catapultada ya hacia el éxito seguro (ha sido premiada en el Festival de Medina del Campo y compite estos días en el Festival de Málaga): Primero, Izán y Lucía; Lucía e Izán (En su trabajo reposa gran parte de la responsabilidad de que este cortometraje sea tan eficaz y creíble); en segundo lugar, un acabado artístico perfectamente trabajado, pulido, estético, mágico, que aporta al filme una atmósfera ciertamente ensoñada; en tercer lugar, su también muy pulido y trabajado guión que resulta divertido, mordaz y, sobre todo, cercano al espectador gracias a unos diálogos con los que es sencillo empatizar, identificarse de algún u otro modo; y por último existe una pieza que considero clave en la buena percepción final que uno se forma al terminar de degustar esta pequeña (y, desgraciadamente, breve) delicatessen: la música de Mariano Marín que acompaña y embelesa con pasmosa facilidad remitiéndonos al magistral Ludovic Bource de The Artist.
Memorable, simpático, emotivo y - en todos los aspectos posibles - romántico, de principio a fin (destacables son también los créditos gráficos finales). "Pequeño pero matón" El amor me queda grande es, aun a principios de año, una de las piezas clave de la temporada de cine español. Un cortometraje que derrocha alma, magia y cine. Un sobresaliente ejercicio de pasión rodado con brío y una maestría que pide a gritos un largometraje. Bravo, Javier.
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