Uno de los máximos exponentes del cine indie estadounidense vuelve a la gran pantalla con su película más romántica, clásica y fallida. Jason Reitman adapta en Una vida en tres días un bestseller romántico que narra la historia de amor y pasión entre un fugitivo y una ama de casa llena de miedos bajo el punto de vista del hijo de ésta. Protagonizan Josh Brolin y Kate Winslet.
por Jesús Choya.
Hace unos años, Jason Reitman se convirtió, con permiso de Alexander Payne, en uno de los referentes más importantes del cine indie del nuevo siglo, especialmente en 2009 con el éxito de Up in the air, la película cumbre de su carrera. Más mordaz que Payne, las películas de Reitman utilizaban la comedia irónica para hablar de temas sociales dramáticos. Sin embargo, la evolución de Reitman no siempre ha sido regular: tras un excelente debut con Gracias por fumar (2005), que le emparentaba con una estética propia de Wes Anderson, vino Juno (2007), que le abrió las puertas de los premios al director, aunque a todas luces suponía un paso atrás con respecto a la primera. Como hemos dicho en 2009 estrenó Up in the air, más convencional que Gracias por fumar, pero una obra muy madura en la que volvía a poner en evidencia la incapacidad de un hombre de adaptarse a la vida tradicional que todo el mundo promueve, desmontando un buen número de tópicos. Tras ésta, su carrera sólo ha ido en picado. Sin llegar a estrellarse del todo con la desencantada fábula sobre la inmadurez patológica Young adult (2011), Reitman ha tocado fondo en lo que a su estilo se refiere con Una vida en tres días, su último trabajo. Para hablar del mismo sólo se puede recurrir al pasado, porque estamos ante un cine trasnochado, apático, que nada tiene que ver con lo que el director empezó haciendo.
Una vida en tres días es la adaptación de la novela de 2009 de Joyce Maynard, que sitúa la acción durante un caluroso puente de finales de verano en 1987. Un chico de trece años y su madre, una mujer depresiva, se ven en la situación de acoger en su casa a un preso recién fugado de la cárcel. Pero las cosas no van a suceder como esperaban… Reitman se pasa al melodrama romántico edulcorado, en el que se advierte la desgana desde los mismos créditos, que en sus cuatro películas anteriores solían ser muy cuidados y originales, con una canción representativa. Lo único que parece propio del director en el cameo de su actor fetiche J.K. Simmons. Aparición, como casi todas las del film que no sean las de los protagonistas, forzada y episódica (quizás la más evidente de todas sea la del entrometido policía interpretado por James Van der Beek).
Enmarcada con la correcta dirección de Reitman, la bella fotografía de Eric Steelberg (que en momentos como los de los flashbacks parece querer acercarse al cine de Terrence Malick), y la banda sonora algo deslavazada de Rolfe Kent, Una vida en tres días llama la atención por poseer una trama en la que no se introduce ningún conflicto. Esto se debe en gran parte a la actitud de los protagonistas, que viven de puertas para dentro en un mundo ideal en el que no hay problemas. Es al salir al mundo exterior e interactuar con otras personas, cuando queda en evidencia la deficiencia de sus caracteres. Y los otros personajes reaccionan ante ellos con la misma inverosimilitud. Unos personajes sin matices, que van de la perfección (el de Josh Brolin, que comienza pareciendo el típico tipo duro, pero finalmente es el hombre ideal) a la simpleza extrema. La mujer a la que interpreta Kate Winslet, paradigma de la soledad, queda reducido al esquema, protagonizando momentos de tremendismo ante los cuales la actriz puede hacer poco más que poner cara de circunstancias.
Apena ver una película con un buen diseño de producción, un director muy competente y un reparto de altura hacer aguas de tal forma que se acaba ahogando en sí misma. Llega un punto en que la falta de credibilidad de Una vida en tres días es tal, que no hay posibilidad alguna de remontar. Todo aderezado con un romanticismo remilgado propio de un trabajo anacrónico, que trasmite el obsoleto y aborrecible mensaje de que no es necesario superar ni enfrentarse a los traumas sentimentales por uno mismo; sólo hay que esperar a que la persona adecuada se presente, y se solucionen solos. Es el punto y final de una película que no tiene cabida en el imaginario de nadie que tenga una visión moderna (y contemporánea) del cine y de la vida.
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