Aprovechando el estreno de El gran hotel Budapest os hablamos de Life Aquatic, la otra gran aventura del director Wes Anderson con Bill Murray como protagonista, en una crítica para leer... y escuchar.
por Jonathan Sedeño.
NOTA DEL AUTOR: Leer mientras se escucha Queen Bitch de Seu Jorge.
¿Hasta qué punto es bueno que se reconozca el estilo de un director? Wes Anderson responde a esta pregunta en cada una de sus películas. Pone en imágenes los sentimientos y personalidades de personajes tan dispares, tan extremos, tan excéntricos, que no hace sino imprimir cada personalidad de cada uno de nosotros.
Habla de los sentimientos de un modo inverosímil, pero ¿qué es más inverosímil que el amor de un padre, que la confianza de una madre, que las mentiras de un marido o la inocencia de un hijo? Life Aquatic es, desde este punto de vista, el más difícil todavía de la filmografía de Anderson. Sirviéndose de los elementos comunes de todas sus películas, aleja al espectador de su historia.
Podría admitirse que es la película más inaccesible de su director, la más críptica, por su historia, por su ambiente, por su duración, por sus elipsis. Pero es wesandersonismo en estado puro. El cine de Anderson tiene el toque mágico de quien es capaz de hacernos creer que sus actores no son tales, sino personajes que han estado ahí siempre. Personas rotas por dentro, incompletas, melancólicas, que al buscar su lugar en el mundo, dan con el universo de Anderson, se encuentran con una realidad que no supera sus expectativas.
Life Aquatic es una radiografía de una relación paterno filial extraña, pero es, ante todo, una oda a la amistad. A un amigo de toda la vida que desaparece en el momento menos pensado. El personaje de Bill Murray, el Steve Zissou del título original, nos hace partícipes de un estado de ánimo de absoluta dejadez y melancolía extrema, de una persona sola en el mundo aunque esté rodeado de gente; pero también de un personaje que no ve más allá de su propia estupidez.
Diseccionar Life Aquatic es quitar la magia a una cinta casi onírica, en la que el mayor reto y triunfo de su director es hacer verosímil lo increíble: poder juntar a una patulea de personajes a cada cual más extraño, donde Willem Dafoe se lleva parte del mérito y en una cinta en la que Anjelica Huston alcanza un punto de perfección inesperado. Para ello, Wes Anderson utiliza elementos más grandes y espacios abiertos, grandes decorados y multitudes, lo que hace que la historia se centre aún más en la pequeñez de historias tan magníficas.
Los diálogos que recitan los personajes de Anderson son recitados con toda naturalidad. Traduce a su mundo los sentimientos de cualquier persona, y los disfraza de increíble verosimilitud. Hay que agradecer que sepa hacer suyo cualquier recurso, como una versión del Queen Bitch cantada por Seu Jorge en la propia película. Porque, de todos modos, y como dice Steve Zissou en la última escena de Life Aquatic, “esto es la aventura”.
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