Como cada año, esta vez más tarde que de costumbre, llega la gran noche del cine: los Premios Oscar listos para designar lo mejor de la temporada cinematográfica. Nos guatarán o no, con sus fallos y con sus aciertos, los Oscar siempre nos deparan una buena hornada de buenos, interesantes y muy distintas películas que comentamos. For your consideration: ¡Feliz noche de los Oscar!.
LAS NUEVE PRINCIPALES CANDIDATAS:
12 AÑOS DE ESCLAVITUD
por Nacho Vázquez.
12 años de esclaviud es una de las pocas representaciones respetuosas referentes a la esclavitud. Tristemente, eso es decir mucho. Lejos del lado más sensible del cine que busca llanamente emocionar, Steve McQueen crea una visión dura y áspera sobre el tema donde todos son culpables, incluso las víctimas. Todo ello interpretado por un plantel de actores magnifico. Seguido por una impecable fotografía, siendo una de las mejores del año. Pero sin duda el trato a la historia es lo que engrandece este film, el tono es realmente el acertado. Jamás te abandona ese terrible nudo en el estomago, cada escena es más dura que la anterior haciéndolo todo una película de terror. Siendo un análisis increíble de una situación histórica. Merece el Oscar por ponernos en la piel de Solomon Northup. Hacernos ver esa realidad de una manera tan increíble, sin ningún ápice de piedad. Una visión tan única de un tema tan manido merece su recompensa.
NEBRASKA
Desde Entre copas (2004), la presencia de Alexander Payne en los Oscar se ha vuelto habitual. Su último trabajo, Nebraska, parece ser la película pequeña, la que se cuela de tapadillo, y ni siquiera es la principal representante indie del año (ese puesto lo ostenta Her, de Spike Jonze). Sin embargo, no podemos olvidar que está presente, entre otras, en las principales categorías, como son película, director y actor principal. Y desde luego, pequeña solo es en apariencia. Porque nos habla de sentimientos, de relaciones, de fracasos, de encuentros… Y lo hace desde la melancolía de un (aparentemente) vetusto blanco y negro, que apela al deterioro del protagonista, un hombre que intenta llevar a cabo la que quizás sea su última oportunidad de ver uno de sus sueños hechos realidad. Pero al mismo tiempo, este viaje folk está salpicado de momentos hilarantes. Payne se acerca a la vida e insufla realismo a sus cuidados personajes, a los que vuelve a poner en la piel de actores dirigidos con mano maestra, como son en este caso Bruce Dern, Will Forte o June Squibb. Nebraska es Payne en estado puro, una obra de madurez que difícilmente dejará indiferente y no debería pasar desapercibida.
EL LOBO DE WALL STREET
Cuesta admitir que deba ser Martin Scorsese el que nos recuerde que aún se pude hacer un cine fresco, atrevido, directo y sin concesiones. Cuesta admitir aunque también es comprensible: solo un cineasta de su estilo y con tal experiencia puede llevar al espectador a extremos que solo alguien así puede controlar. El lobo de Wall Street no es solo la confirmación de que Martin Scorsese es un director magistral: es la puntilla que le hace falta a una sociedad escasa de valores en los que se muestra a un personaje sin escrúpulos para que podamos entender nuestra conciencia. En El lobo de Wall Street no hay juicio ni moralejas: hay una apasionante historia de poder y dinero que se muestra por el mejor de los lados, el del propio protagonista. El lobo de Wall Street no “devuelve” al mejor Scorsese. Es puro Scorsese. Cada fotograma respira puro cine, sexo, descontrol, droga, poder. Es el complemento perfecto a Uno de los nuestros y Casino. El lobo de Wall Street es Leonardo DiCaprio como nunca podría imaginarse. Es un personaje egocéntrico y deslenguado que suple sus necesidades con excesos. Es la mejor radiografía de una sociedad decadente. Es el mejor retrato de nosotros mismos. Es la victoria de una forma atrevida de hacer cine que no debería dejar de premiarse.
GRAVITY
por Luis Fernández.
CRÓNICA DESDE SAN SEBASTIÁN: "Una de las mejores experiencias visuales jamás vistas"
HER
¿Un reflejo de la alienación presente en la sociedad moderna? ¿Una crítica a la galopante invasión tecnológica en los tiempos que corren? ¿Una muestra de nuestra creciente incapacidad de relacionarnos en un plano emocional? Nada de eso. Her es, ante todo, una historia de amor, y una de las más bellas jamás contadas en una pantalla de cine. Olvídense de que ella es un sistema operativo de un futuro no muy lejano. Los personajes interpretados magistralmente por Joaquin Phoenix y Scarlett Johannson (humano y “máquina”, respectivamente) son dos conciencias inteligentes que se conocen, se enamoran, se aman, discuten, sienten celos, temen, se reconcilian… Una relación tan humana y pura como otra cualquiera. Spike Jonze parece decirnos que, por mucho que cambie la sociedad en un futuro, el amor es algo inmutable, con sus mismas penas y sus mismas alegrías. No creo que Her sea el alegato definitivo contra la deshumanización provocada por la tecnología o un tratado sobre la soledad de la sociedad moderna. Cierto es que su descripción del futuro tiene incontables e interesantísimas lecturas (esa estética instagram llevada al cubo es un solo un ejemplo de ello), sin embargo, uno sale del cine con la sensación de haber visto un romance absolutamente conmovedor en el sentido más literal de la palabra, de esos que te agitan el alma.
CAPITÁN PHILLIPS
Capitán Phillips es, sin lugar a dudas, esa candidata que todos dábamos por segura pero de la que nadie - apenas - habla. Y ciertamente es lógico. La última película de Paul Greengrass es (otro) thriller tremendamente bien rodado y montado (éste último apartado, el brillante montaje, parece su única opción real en los premios) y narrado con pulso y control de la tensión, una buena película que, sin embargo, se ve deslucida por quedarse en eso: en buena. Simplemente. La cinta merece la candidatura por su fuerza visual y la entrega de un (injustamente olvidado) Tom Hanks pero su papel en la ceremonia parece que, también merecidamente, será solamente testimonial. Su inquebrantable estructura narrativa (el cruce de culturas patente en el duelo entre los dos protagonistas, el crisol de puntos de vista...) acaba por diluirse en cierta indefinición que aqueja a algunos de los personajes y situaciones que se plantean. Pese a su buen ritmo, con un contenido in crescendo marcado por el ya mencionado montaje y por una efectiva partitura musical, la película verá en su contra como Gravity se erige como la candidata comercial y más técnica de las nominadas para acabar formando parte de ese amplio grupo de candidatas interesantes pero no brillantes.
PHILOMENA
En todas las ediciones de los Oscar hay una contendiente a Mejor Película que se cuela por los pelos y que todo el mundo sabe que no ganará. Para esta clase de películas la candidatura es el premio. Este año le ha tocado a Philomena. La última película de Stephen Frears ha sido la gran sorpresa entre las nominadas. Bajo presupuesto, escaso recorrido previo por entregas de premios, obra menor del ya varias veces nominado cineasta inglés… ¿Obra menor? Puede que Philomena no tenga la ambición de algunos de los anteriores trabajos de Frears, como por ejemplo The Queen. También se la podría acusar de echar en falta la habitual acidez y mala baba del autor. En mi humilde opinión, Philomena es una perfecta muestra de que bajo todo sabio cínico se encuentra un romántico que en el fondo anhela salir al exterior. El de Frears asoma en Philomena con prudente contención, bañando de optimismo lo que en realidad podría plantearse como una tragedia. Ahí reside la gran virtud de la película, en contar unos terribles acontecimientos desde una perspectiva de aceptación, superación e incluso una posible redención. Para conseguir este complicado tono Philomena se asienta en tres pilares: el pulido guión de Frears con la cantidad justa de azúcar, los adorables protagonistas (Steve Coogan y Judi Dench brillan dando credibilidad a dos papeles complicados, especialmente el de ella) y la fascinante partitura de Alexander Desplat que trae un aroma mágico presente en cierto modo en toda la historia, porque eso es Philomena, un cuento de hadas, de una sola más bien.
DALLAS BUYERS CLUB
Me enfrenté a Dallas Buyers Club temiendo encontrarme con un drama de enfermos terminales de manual hasta arriba de los tópicos clásicos de estas historias (recreaciones en el dolor de los personajes, búsqueda de la lágrima fácil…). Sucedió algo que ocurre con considerable frecuencia: me equivoqué. Lejos de convertirse en “La última pasión de Matthew McConaughey”, Dallas Buyers Club parte del descubrimiento de la enfermedad de su protagonista para borrar de un plumazo todos los posibles desarrollos de la trama convencionales. Se ha hablado mucho de la transformación física del personaje de McConaughey desde ese salvaje vividor que participa en rodeos hasta ese enfermo escuálido de aspecto mortecino, pero poco de la metamorfosis espiritual que atraviesa y que en definitiva es lo que marca el tono de la película: McConaughey es un hombre que vive en la ignorancia y en la ignominia de una existencia banal hasta que sus extremas circunstancias personales le hacen replantearse las cosas y le llevan a experimentar un profundo cambio en su forma de ser y actuar. El camino desde ese patán texano hasta la admirable persona en la que deviene el protagonista está pavimentado con miles de dificultades que el actor consigue esquivar con pasmosa habilidad en una interpretación memorable que ha supuesto el máximo exponente del momento de genialidad que atraviesa. No obstante, Dallas Buyers Club es mucho más que McConaughey. Para empezar, también está un inconmensurable Jared Leto, y, actuaciones aparte, una sorprendente historia con una crítica certera al corazón del sistema médico-farmacéutico de los Estados Unidos, pero también una historia llena de optimismo y fe en el ser humano y en sus posibilidades de cambio (como la carrera de McConaughey, al fin y al cabo).
LA GRAN ESTAFA AMERICANA
“Todos estafamos para sobrevivir”. Esa frase es una constante en el film de David O. Russell, además de una verdad como un templo. Muchos la han utilizado como recurso expresivo para poner en cuestión la calidad de la película en un juego de palabras irónico aunque ciertamente rimbombante. Nada más lejos de mi opinión.
La gran estafa americana es un divertimento meticulosamente escrito y perfectamente interpretado que, además, supone una visión paródica de la proliferación setentera de películas centradas en una estafa. El metraje da cabida a varias de las mejores interpretaciones del 2013, destacando el carácter histriónico del mejor Bradley Cooper que hemos visto hasta la fecha, la mordacidad y grandiosidad de una Jennifer Lawrence fabulosa, y la sobriedad y lucidez de los trabajos de Christian Bale y Amy Adams. Estamos ante una película que nace, crece y muere con el objetivo de permitir el lucimiento de sus actores. Pero es que esto además no influye tanto como uno esperaría en las decisiones técnicas. La gran estafa americana es el no-ejemplo perfecto de algo que, por ejemplo en una película como Agosto se podría criticar, es decir, la relegación a un segundo plano de determinados aspectos fílmicos en detrimento de los puramente interpretativos.
David O. Russell, por el contrario, realiza un fabuloso trabajo a la hora de llevar a cabo la realización del film, destacando la actuación de todos y cada uno de los intérpretes sin por ello olvidar los elementos necesarios para la consecución de una gran película. Un ritmo frenético acompañado de un guión divertido y de una complejidad (y al mismo tiempo sencillez) infinita, hacen de La gran estafa americana una de las películas con más posibilidades de obtener una importante cantidad de estatuillas esta noche.
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