ASUNTO: PREMIOS OSCAR
Los premios no significan nada. Pero los seguimos cual adictos a la parafernalia de la que Hollywood dota a su, cada vez más larga, abultada y sin embargo, también, aburrida, temporada de premios cinematográficos. Los seguimos con ganas de show, de que nuestras favoritas salgan vencedoras y así reconocer sus premios como - un poco - nuestros pero también con ganas de debatir. De debatir y discutir porque, al final, los peores premios no son los más injustos sino los que descuidan totalmente el sentido del espectáculo y de la emoción, los que se dejan llevar por la previsibilidad que marca lo que éticamente “debe ser premiado”, los que, en definitiva, no deparan ninguna sorpresa.
Por eso ésta 86 edición de los - en el sentido más “material” de la palabra - brillantes premios Oscar, ésta carrera por extensión, pueden (y con razón) tacharse de decepcionantes, de anodinos, de aburridos, de, hablando en plata, malos. Ganaron los que desde el comienzo de la dilatada temporada (que da el pistoletazo oficial en el Festival de Toronto pero que antes incluso de éste, a principios de septiembre, comienza a dar coletazos en “el pequeño Toronto”: Telluride) sabíamos que iban a ganar. Incluso desde antes de éste inicio imaginario podíamos augurar que una transformación física tan radical como la de McConaughey en plena ascensión interpretativa del actor ganaría el Oscar, o que un drama sobre un tema tan potente en Estados Unidos como el de la esclavitud dirigido por uno de los cineastas más aclamados de la actualidad competiría por alzarse con la estatuilla principal con uno de los proyectos más complejos del Hollywood de las superproducciones dirigido, también, por uno de esos directores que despliegan un estilo visual que es fácil calificar de “único” o “visionario”. Lo sabíamos y pese la entrada de nuevos competidores como Her o La gran estafa americana y la salida de otros como Monuments Men o Foxcatcher, pese a la búsqueda desesperada de algún indicio de sorpresa, de algún premio que se decantase por ir a contracorriente en el que agarrarse a fin de mantener la anhelada y desaparecida emoción, todos sabíamos que pasaría lo que finalmente ha pasado. Y, en cierto modo objetivo, lo que debía pasar.
And the Oscar goes to... '12 years a Slave'
Son premios malos como tal pero, por suerte, no han premiado a malas películas. Porque realmente no había una opción que calificar de “mala” como tal. Y, desde luego, 12 años de esclavitud se encuentra muy lejos de ser una película mala o siquiera fallida. Puede parecer una frase absolutista, grandilocuente o cogida por los pelos pero nada raro es asegurar que la película de Steve McQueen es la ganadora más importante desde La Lista de Schindler en 1993. Importante por su gran relevancia histórica al narrar un conflicto que es tremendamente sensible a la sociedad estadounidense de la manera más contundente, realista e impactante posible. Al fin y al cabo, aunque vuelva a sonar pretencioso y tópico, es la película definitiva sobre la esclavitud, probablemente el conflicto histórico que más poso ha dejado en la sociedad norteamericana. No podían dejar de premiar una película de tales características por cuestiones que quizás, en Europa, no llegamos a comprender en su totalidad. No hay que olvidar que los Oscar son los premios cinematográficos estadounidenses (aunque sus bases permitan el premio a películas de origen extranjero en categorías “generales”) y los académicos votantes son, en su mayoría, estadounidenses. Por ello es normal que en Europa no estemos de acuerdo con alabanzas desenfrenadas que en EEUU han ido a parar a películas como La gran estafa americana (o incluso ésta 12 años de esclavitud) y tampoco logremos entender como películas como Agosto o A propósito de Llewyn Davis han sido peor tratadas por los premios. Los pensamientos, las filias y los traumas de nuestra sociedad son distintos a los de la sociedad estadounidense, y viceversa.
Hubiese adquirido, probablemente, una igual relevancia y trascendencia en la historia de los premios el galardón máximo a Gravity, la máxima nominada y la máxima premiada. Un prodigio técnico, una inaudita experiencia visual, que quizás es demasiado comercial, y al mismo tiempo, arriesgada para ser premiada. Un abrazo al nuevo cine “de las nuevas tecnologias” que quizá asuste en un Hollywood que a veces parece anclarse a tópicos auto-referenciales a su época dorada. Aun siendo la gran triunfadora (al menos moral) a poco saben siete galardones que, por mucho que queramos verlos desde una óptica positiva, no tienen mayor relevancia que los cuatro que el año pasado logró llevarse otra proeza visual (esta vez carente de alma e incluso sentido) como es: La vida de Pi. Eso sí, Cuarón es el primer director latinoamericano en alzarse con el Oscar. Merecidamente.
La lucha en ésta carrera (si, como digo antes, existía) estaba entre el cine que emociona, el cine que impresiona y el cine que "simplemente", que no es poco, divierte. La impresión que causa en el espectador (de distinto modo) el visionado de las dos triunfadoras o de una de las olvidadas que, sin embargo, siempre ha estado “ahí”, Capitán Phillips, carece sin embargo de la pureza, la emotividad, la cercanía o el sentimiento de otras obras relegadas - por obligación, que no por méritos - a un segundo plano: Her (merecidísimo premio al mejor guión original), Nebraska, Philomena o Dallas Buyers Club (la gran sorpresa de la carrera que se ha alzado como la segunda cinta más premiada de la noche junto al filme producido por Brad Pitt). Y aún más lejos, en un hipotético tercer plano si cabe, se encuentra la desenfrenada y efervescente diversión y la profunda irregularidad de las planas La gran estafa americana o El lobo de Wall Street, las grandes derrotadas pese a ostentar la condición de favoritas en algunos momentos, en algunas categorias.
Malos premios, buenas películas.
Siguió el guión marcado hace medio año a medida que nos adentramos en los premios menores para el gran público así como siguió el desfile de (muy) buenas películas: Una bellísima y elegante Cate Blanchett, ajena a las polémicas, ganó merecidamente su segundo Oscar por su Jasmine en lo último de Woody Allen, Italia venció quince años después de su último triunfo con la lucida y maestra La gran belleza un estimulante e hipnótico recital de tantas pretensiones como rotundos aciertos que, los redactores de la web, elegimos como mejor película del año pasado mientras que Disney se resarce (¡Por fin!) y con el camino allanado tras la ausencia de Pixar y unas desinfladas posibilidades del irregular pero siempre bello retiro del maestro Miyazaki logro triunfar con su Frozen: El reino de hielo, ya un clásico, en película animada y canción original. El Gran Gatsby, con su fiestero, divertido y fastuoso despliege de efectos visuales y pomposidad, hizo también pleno ganando los dos premios a los que optaba (diseño de producción y diseño de vestuario).
Y así fue. Una edición, lamentablemente, sin debate ni sorpresas, totalmente desgastada al minuto después de terminar, sin continuidad ni posibilidad de réplica. Desaprovechada en su no-espectacularidad, en su conservadurismo que, por otra parte, resulta coherente, en la no-hegemonía pero tampoco reparto...Todo correcto, todo aburrido. Todo, eso sí, bueno y merecido.
Los premios no significan nada. Pero nos encantan.
por Jesús Choya. Director de La Llave Azul.
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