Segunda y última entrega del repaso a la 11ª Muestra SyFy de cine fantástico de Madrid. Los dos estrenos más esperados del festival, Snowpiercer (Rompenieves) y Coherence, se unen al "low cost" español, a la irregularidad del cine más "trash" y a las proyecciones de dos versiones del clásico cuento La bella y la bestia, que contrastan entre sí, en este artículo especial.
por Sofia Pérez.
Si había dos películas muy esperadas en la 11ª edición de la Muestra SyFy, esas eran Snowpiercer, del coreano Bong Joon-ho, y Coherence, que venía avalada por el premio al mejor guión en el pasado Festival de Sitges, proyectadas la noche del viernes 7 y el sábado 8 respectivamente. Empezamos con Snowpiercer, una fábula distópica basada en el cómic francés Le Transperceneige, que comienza de manera bastante convencional, con la típica separación por clases que lleva a cabo un poder dominante autoestablecido que tiene sometidas a las demás. El escenario postapocalíptico propicio para esta subyugación es el de un mundo congelado tras un experimento fallido, siendo los únicos supervivientes aquellos que están en un enorme tren que lleva dando vueltas a la tierra desde hace 18 años. La película sin embargo enseguida se va por lares inesperados, gracias en gran medida a su tono irregular, que aquí, excepcionalmente, es casi una cualidad positiva. Tan pronto estamos en una cinta de acción (con peleas a lo Park Chan-wook, productor de la cinta), como en una comedia surrealista, un drama intimista o un relato épico. Sin embargo, todas las partes quedan aunadas por la mano de Joon-ho, que se maneja con maestría en cada uno de los claustrofóbicos espacios cerrados de ese tren que parece no tener fin. Chirrían sin embargo los efectos visuales, especialmente los que se utilizan en exteriores, pero es una limitación que queda compensada con el adecuado desarrollo de la historia y el buen hacer de todos los actores. El protagonista es Chris Evans, papel que se podría pensar que le viene grande frente a un reparto colosal como el que le rodea, entre los que están Jamie Bell, Octavia Spencer, John Hurt o Ed Harris. Sin embargo, Evans realiza una interpretación muy solvente a la altura de los que le rodean, especialmente de una esperpéntica Tilda Swinton que parece recién salida de Los juegos del hambre. Joon-ho introduce el toque coreano con dos de los protagonistas de The Host (2006): Song Kang-ho, actor fetiche del director, y una ya crecida Go Ah-sung, auténtica robaplanos con un magnífico personaje propio de una película de Hong Sang-soo.
A pesar de no ser redonda, Snowpiercer es una película con capacidad de contentar a la opinión general. Muy asequible, adjetivo que no se puede aplicar sin embargo a Coherence, la ópera prima de James Ward Byrkit. Formado como artista gráfico en los guiones de películas como algunas de las entregas de la saga de Piratas del Caribe, Ward Byrkit se muestra en su primer largometraje para el cine más hermanado con el cine independiente y personal de, por ejemplo, Shane Carruth. El director y guionista de acerca a través de un estilo hiperrealista a la teoría del multiverso y las realidades alternativas que se pueden generar. Un grupo de amigos aparentemente normal se verá enfrentado a la posibilidad de que haya un número infinito de universos en los que estamos viviendo existencias diferentes a la nuestra, mejores y peores. ¿Y si tuviéramos la posibilidad de alterarlos y conseguir cambiar determinados acontecimientos, o incluso introducirnos en aquel que más nos conviene? Una propuesta indudablemente interesante y ambiciosa, que sin embargo Ward Byrkit decide abordar de manera minimalista, reduciéndola al guión y a lo actores, pecando de sobre dialogación. Ward Byrkit ofusca desde la sencillez aparente, y retuerce una trama que no es tan complicada, dejando al espectador tan descolocado como a sus antipáticos protagonistas, encarnados entre otros por Emily Foxler y Nicholas Brendon (Xander en Buffy, cazavampiros). Un experimento rebuscado no falto de méritos, pero que se mantiene distante y satura en su pretensión de no querer explicar nada y, a la vez, querer hacerlo. Podríamos decir que Snowpiercer en la gran película de entretenimiento de la Muestra, y Coherence la gran película intelectual.
Frente a los dos grandes pilares de la Muestra, el resto de películas (algunas las comentábamos en el artículo anterior) se quedaron en segundo plano, a pesar de que el nivel de algunas fue muy decente. Dividieron opiniones Almost Human y Rigor Mortis, esta última debido a lo difícilmente comprensible de su historia (hubo gente que abandonó la sala), mientras que la británica In fear recibió casi unánimes críticas negativas. También hubo espacio para el cine español con Faraday, de Norberto Ramos del Val, una comedia gamberra que se ganó el favor de gran parte del público. Las sesiones "trash" de madrugada obtuvieron resultados desiguales: mientras que Piraña 3DD resultó ser una autoconsciente gamberrada constante, divertida en gran parte gracias a la explotación que se hace de un David Hasselhoff parodiándose a sí mismo, la neozelandesa Fresh Meat, una oda al mal gusto y al humor más pueril, se reveló aburridísima e inconcebiblemente seria al final. Por último, no podemos dejar de mencionar uno de los mejores trabajos que hemos podido ver en esta edición de la Muestra, el cortometraje Sequence, del catalán Carles Torrens, que juega con el mundo de los sueños (o de las pesadillas). Muy bien realizado e interpretado, en sus 20 minutos hace un intenso recorrido narrativo, mejor que el de muchos largometrajes.
La belleza está en el interior
Como broche final de esta 11ª Muestra SyFy, se programó el preestreno de La bella y la bestia, del francés Christophe Gans y protagonizada por Léa Seydoux y Vincent Cassel, que se estrena el próximo viernes en los cines españoles. Con este motivo, se había proyectado en la sesión infantil matinal del sábado 8 la versión del cuento que realizó Disney en 1991, una de las grandes obras maestras de la compañía. Aunque las diferentes y variadas adaptaciones posteriores se hayan querido distanciar, la sombra de Disney es alargada, y es muy difícil desvincularse de ciertas imágenes y momentos que ya forman parte del imaginario colectivo. Más si tenemos en cuenta que la versión de Gans, a pesar de ser más oscura y adulta, no llega a perder nunca su esencia de cuento.
Bien pensado, la historia de La bella y la bestia tiene mucho de Síndrome de Estocolmo: para salvar a su padre (o a su familia) una hermosa joven se entrega como prisionera a un príncipe al que un maleficio ha convertido en un ser monstruoso y aterrador. Pero, por alguna razón (que resulta incomprensible en la versión de Gans), comienza a sentirse atraída por él. El paso del odio al amor, fundamental en la trama, no está tratado de manera tosca y poco sutil por Gans, es que es definitivamente inexistente. En sus 85 minutos, la relación entre Belle y su captor está mucho mejor desarrollada en la película de Disney que en las casi dos horas de la de Gans, la cual se distrae mucho en subtramas y eventos colaterales, y remata la historia con el obligado final feliz sin que sepamos cómo han llegado los protagonistas a alcanzar esos sentimientos, si no han tenido más que encuentros poco afortunados y desagradables. Aunque en este sentido es interesante (pero muy esbozado) el carácter sexual que posee la atracción entre la Belle de Seydoux y la bestia de Cassel (digitalizada en exceso), frente a la lógica naturaleza naif de la de Disney, heredera de la versión de Jean Cocteau de 1946. Sin embargo, Gans no sabe aprovechar las cualidades que este nuevo enfoque podría aportar a la película, y termina siendo tan remilgada y afectada como las anteriores.
La maestría técnica en su momento de La bella y la bestia de Disney la llevo incluso a estar nominada al Oscar a la mejor película. Una elegancia cargada de imaginación, aspectos ambos de los que la francesa carece. Gans confunde fantasía con kitsch, y enormes efectos visuales (a veces muy regulares) con creatividad. Sin embargo, y aunque pueda parecer lo contrario, La bella y la bestia de Gans puede ser disfrutable como entretenimiento que no va más allá de una adaptación digna (o por lo menos no absurda) de un cuento. Un tibio pero no desagradable punto y final para la Muestra, de la que ya esperamos con ganas la llegada de su siguiente edición el año que viene.
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