la sección oficial de documentamadrid continúa trayéndonos películas de todo tipo de temáticas, usando lenguajes radicalmente opuestos, o parecidos pero utilizados de forma diferente. una comunidad menonita en la pampa, el hijo de un líder del hamas, un grupo de mulás iraníes y dos abuelas con mucho caracter, son todos los personajes que os traemos en esta tercera crónica.
Seguimos nuestro repaso a las diferentes secciones de DocumentaMadrid, volviendo de nuevo a
la Sección Oficial a competición. En
ella, nos encontramos con una de esas películas que le plantean un reto al
crítico, por el riesgo de sobre interpretación que puede provocar: hablamos de
la argentina Ekpyrosis, un film
absolutamente abstracto. Aparte de su observación de los habitantes de una
comunidad menonita (de la misma rama
que los Amish) en La Pampa, no hay en este documental
ningún tipo de intencionalidad narrativa, algo que, en principio, no tiene que
ser necesariamente malo. Una película contemplativa puede ilustrar numerosos
conceptos a través de su estética. Pero las imágenes de Ekpyrosis, deliberadamente deformadas, resultan igual de crípticas
que su argumento. ¿Qué quieren decir esos planos de animales descuartizados en
un matadero? ¿Y los planos aéreos y ralentíes? Es entonces cuando el crítico
debería empezar a tratar de resolver el misterio. Menos mal que el realizador Nicolás Klement estuvo presente en el
festival para aclararnos (¿?) las ideas sobre su ópera prima: la película es
superficial y sin sentido, no tiene ningún significado oculto, al menos de
manera consciente. No trata de nada, ni quiere transmitir nada más allá de
alcanzar la pureza más absoluta del medio cinematográfico. No es una teoría en
absoluto desdeñable, si no fuera porque sus intenciones iniciales acaban siendo
contaminadas por sus pretensiones. En su búsqueda de la esencia del cine, es
lógico que el director centre su atención en los niños, que son aquellos que,
con su espontaneidad, pueden crear un momento irrepetible ante la cámara. Sin
embargo, esos momentos son precisamente los que no se fuerzan, y la filmación
obsesiva que Klement les dedica deja
en evidencia una búsqueda obstinada de ese instante único. Podríamos decir que Ekpyrosis busca el realismo desde la impostura.
El deje de arrogancia que planea sobre la propia película como instrumento
visual, y sobre los personajes que la protagonizan, no hace otra cosa que afirmar
que, finalmente, el director sí que ha conseguido su objetivo: nos encontramos
antes la nada más absoluta.
Y de una película en la que las imágenes no expresan nada, a
otra en la que lo expresan (y lo condicionan) todo. El director Nadav Schirman ya participó el año
pasado en DocumentaMadrid con su
largometraje In the dark room (2013), sobre la que fue la mujer del terrorista Carlos “El Chacal” durante 13 años, Magdalena Kopp, contada como un
thriller en primera persona. Del mismo modo, aunque de forma más ambiciosa,
está enfocado el trabajo que ha presentado este año en el festival, The Green Prince, ganadora, al igual que
Return to Homs (de la que hablábamos
en la primera crónica), en el último Sundance,
en este caso el Premio del Público.
La película tiene como protagonista un personaje único: Mosab Hassan Yousef, hijo del líder del Hamas palestino, que estuvo 10 años engañando a todo el mundo
mientras colaboraba con el Shin Bet
israelí. Sin entrar a analizar la historia (cada uno puede tener su opinión
sobre los actos de Mosab), el
problema surge cuando el director intenta imponer su propia postura, la de la benevolencia,
al espectador, manipulándolo a través del montaje. Schirman deja de lado el complejo contexto político, que solo se
queda como telón de fondo, para contar una humanista historia de amistad. El
director adopta un lenguaje más propio de la ficción que del documental, y, más
allá de las imágenes de archivo, los momentos recreados y las confesiones a
cámara carecen de cualquier tipo de naturalidad, poniendo el énfasis en los
ojos y las miradas, subrayados por la temática música de Max Richter. Es una
opción como podría ser cualquiera dentro del amplio margen que da el género de
lo real, para hacerlo más entretenido y atractivo para un mayor margen de
público. Pero, inevitablemente, este tipo de propuesta resta honestidad al conjunto.
En el otro extremo de la frivolidad de Ekpyrosis y de la artificialidad de The Green Prince, se situaría Iranien,
una película que es básicamente dialéctica. El director de origen iraní Mehram Tamadon es ateo y se ha
europeizado (vive en Francia). Para
él, las costumbres tradicionales de su país le resultan totalmente ajenas, y
más aún, muy cuestionables. Después de años de intentos fracasados, Tamadon consigue convencer a cuatro
mulás islámicos para pasar dos días juntos en una casa de campo, simplemente
hablando de sus diferentes ideas y tratando de llegar a una conclusión
satisfactoria. El salón de la casa de Tamadon
se convierte en una especie de ágora griega, en el que estos hombres expondrán
sus distintas opiniones en torno a temas fundamentales como la situación de la
mujer, el aborto, la religión o la censura. Con una puesta en escena
fundamentalmente teatral, Iranien es
un intenso estudio sociológico imposible de abarcar en un solo visionado, por
la complejidad y los diferentes puntos de vista de los temas que trata; un
trabajo que deja en evidencia la deficiencia de una sociedad, tanto occidental
como oriental, en la que el diálogo casi nunca lleva a una conclusión
satisfactoria, ni la mayoría de las cosas se resuelven solo hablándolas.
No lejos del mundo utópico que quería crear Tamadon se encontraría el que también
buscan las protagonistas de Two ranging
grannies. La comedia americana de corte indie-folk
ha llegado al género documental, a pesar de que viene de la mano de un equipo
noruego y no estadounidense. Sin embargo, el director Håvard Bustnes se muestra como un digno heredero del Alexander Payne de Nebraska (2013) en este
viaje (sí, por supuesto, hay un viaje) literal y metafórico de dos mujeres de
84 y 92 años que, habiendo vivido la Gran
Depresión, ven en la crisis actual un reflejo de la misma, y planean hacer
algo para mejorar la situación. Hinda y
Shirley, que así se llaman las
susodichas, se irán informando sobre el crecimiento económico, a veces a través
de profesionales que lo explican de manera muy técnica, y gracias a su fuerte
vínculo de amistad, unirán sus caracteres opuestos para llegar a plantear sus
dudas incluso en las más altas esferas. Se trata de una película que tiene toda
su fuerza en la enorme personalidad de las protagonistas, y en su construcción,
evidente pero no forzada. Sin embargo, cuando consigue extraordinarios momentos
exclusivos, como las imágenes clandestinas en la cena de Wall Street, o algunos gestos de cariño sincero entre las mujeres,
es cuando el film brilla con personalidad propia. Two ranging grannies comienza como una película económica y acaba
como un canto a la vida, a luchar por lo que uno quiere hasta el último
momento, y a no perder la esperanza.
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