Continuamos nuestro recorrido por documentamadrid, en esta ocasión centrándonos en algunas de las películas que se han podido ver en la sección panorama del documental español, y que evidencian el buen estado en el que se encuentra el género en nuestro país. además, también hacemos referencia a cinco de los cortometrajes participantes en la sección oficial.
Nos encontramos en un momento en España en el que una
generación nueva de autores se está decantando por el cine de lo real,
realizando trabajos de mucho nivel, y que además están poco a poco encontrando
su público. El problema es que la teoría generalizada de que este tipo de
películas son poco rentables provoca que no acaben de establecerse en ningún
lugar, ni en salas ni en televisiones. La sección Panorama del documental español, dentro de DocumentaMadrid, toma estas producciones que están buscando
asentarse y, frente a un momento de (¿positiva?) incertidumbre, da la
oportunidad a los asistentes al festival de descubrir de trabajos de lo más
diverso que, además, tienen nexos comunes más allá que el de ser españolas.
La primera película de Panorama
a la que asistimos fue Un sitio donde
quedarse, realizada por Marta
Arribas y Ana Pérez de la Fuente,
que habla de los jóvenes en riesgo de exclusión social, al tiempo que hace un
retrato de Madrid como ciudad que
engulle a sus habitantes y les introduce en ambientes de los que luego es muy
difícil salir. La historia gira en torno a la búsqueda de un espacio propio en
el que sentirse como en un hogar, y se divide en tres partes: las dos primeras,
la evolución de dos de esos chicos, Adrián
y Samya, y la tercera, centrada más
en la maravillosa labor que los trabajadores sociales hacen con estos
muchachos. La película quiere desmentir la idea de que todos los jóvenes en
situaciones marginales son delincuentes, cuando muchas veces se trata de gente
muy sola que viene de familias desestructuradas, y que solo quieren mejorar sus
vidas, pero no saben cómo. La mayor baza del film reside en su espontaneidad,
que recuerda en ocasiones a obras de ficción que han tratado de acercarse con
realismo y cierto carácter comprometido a la juventud, como Barrio (1998) o El bola (2000), pero también a otros ejemplos
documentales como La plaga (2013). La diferencia fundamental de
trabajos como el de Neus Ballús y Un sitio para quedarse, es que esta última
no puede desprenderse de su aspecto de reportaje televisivo, muy probablemente
debido a que es el medio del que provienen sus realizadoras. Cabe cuestionarse
pues su importancia como documento cinematográfico, pero es indudable su valor
como instrumento pedagógico. Quizás el circuito más apropiado para Un sitio donde quedarse sea el de
centros educativos y no tanto el de festivales de cine.
Si Un sitio donde
quedarse quiere centrar su atención en los problemas de la juventud marginal española, en Slimane, de José Ángel Alayón (que también participa
en el festival como productor de Hotel
Nueva Isla), nos encontramos precisamente con todo lo contrario: trata la
situación de unos chicos marroquíes que tienen que hacer frente, como
extranjeros, a las dificultades que supone vivir en nuestro país. Y lo hace
desde un punto de vista menos crítico y mucho más poético y contemplativo. Slimane (nombre del protagonista) tiene
una narración casi tradicional, aunque recreándose en los momentos de
transición, con la introducción incluso de elementos de thriller de misterio,
aunque sobre todo sorprende en su giro hacia un realismo mágico propio del cine
latinoamericano experimental. La película transita por la fina línea que separa
la realidad y la ficción, sin llegar a decantarse nunca claramente por ninguna
de las dos opciones. Slimane es por
tanto un documental que juega a que el espectador se plantee constantemente la
veracidad de aquello que está viendo, decidiendo por él mismo con qué opción
quiere quedarse. Cuando menos, un ejercicio estimulante de reflexión.
Las dos primeras películas de las que hemos hablado tenían,
más allá de su forma, un contenido fundamentalmente social. A continuación
vamos a comentar otras dos que tratan, en principio, también del mismo tema: los
concursos dentro de las distintas disciplinas artísticas. La primera de ellas, The Competition, dirigida por Ángel Borrego Cubero, es una rara avis dentro de este marco, ya que
no se concibió para el mercado cinematográfico, sino para documentar el proceso de selección que se llevó a cabo para seleccionar al arquitecto
que erigiría el Museo Nacional de Arte
de Andorra en 2009. Cinco de los
más importantes arquitectos actuales se disputaban el encargo: Jean Nouvel, Zaha Hadid, Dominique Perrault,
Frank Gehry (que ha sido ganador hoy
mismo del Premio Príncipe de Asturias de
las Artes) y Norman Foster, el
cual se retiró a las pocas semanas, supuestamente por no querer estar presente
en el film (el único, curiosamente, que tiene un documental dedicado exclusivamente
a su figura, ¿Cuánto pesa su edificio, Sr
Foster? -2010-). La película, de
carácter puramente artesanal (los créditos iniciales son todo un acierto) no intenta
simplificar el proceso de diseño de un edificio, sino que se acerca a los
diferentes estudios de los artistas para que veamos toda la evolución,
especialmente centrado en el de Nouvel.
Pero The Competition aprovecha este
planteamiento para hacer referencia también al egocentrismo y la arrogancia
propia del artista consumado (y fomentada por la adulación de los demás), y
dignificar la labor de los ayudantes, que muchas veces son quienes hacen el
trabajo más duro. Una película que logra hacer reír y ser incluso apasionante
por momentos, mostrando el lado menos romántico y más comercial y mecánico del
arte.
También de una competición, en este caso no entre artistas
consumados, sino entre jóvenes que buscan una oportunidad de cumplir sus
sueños, habla One minute for conductors,
de Ángel Esteban y Elena Goatelli. La historia nos sitúa
en Trento, donde vamos a asistir a
la selección del ganador del Concurso Internacional para Directores de Orquesta
Antonio Pedrotti, recorriendo todas sus etapas. La música es una materia mucho
menos dura que la arquitectura, y por tanto ya solo por eso la película
tiene mucho más ganado que The
Competition. Si a eso le añadimos la magnífica banda sonora compuesta por
piezas de Beethoven, Brahms o Debussy entre muchos otros, y una sucesión de entrañables
personajes, a los que la película sabe sacar partido para despertar empatía,
tenemos un extremadamente agradable conjunto. Pero, además, One minute for conductors es un
documental muy técnico estéticamente, con un elaborado y cuidado montaje que va
al ritmo con los temas que suenan, y que, de forma vertiginosa, introduce al
espectador en el juego de tratar de averiguar quién será el ganador. Si algo
comparten, en fin, The Competition y One minute for conductor (y ese es el
motivo por el que más destacan) es sin duda una conclusión que evidencia la
trivialidad de este tipo de certámenes.
El mundo en unos minutos
Además de a la Sección
oficial de largometrajes, y a Panorama,
también hemos podido asistir estos días en DocumentaMadrid
a una de las tandas de la Sección
Oficial de cortometrajes, en la que vimos cinco trabajos, cuatro de ellos a
competición, y uno fuera de ella, el mexicano La ahorcadita. Está realizado por alumnos del programa Jóvenes en Video de Baja California, dirigido por Sylvia Peel, miembro del jurado de esta
sección. Es por tanto un corto estudiantil que en ocasiones resulta demasiado
explicativo visualmente, pero que tiene un gran sentido estético. Su apuesta es
la de poner por primera vez en imágenes una leyenda local que sólo se conocía
boca a boca. Dentro de competición, nos encontramos con una de las
representaciones españolas de la sección, Walls,
de Miguel López Beraza, la
entrañable historia de dos vecinos ancianos narrada, ni más ni menos, que por
el propio edificio que les acoge. El corto recoge la cotidianidad de un día
cualquiera en la vida de estas dos personas, que en unos minutos consiguen volverse
empáticos. Quizás el más convencional de los trabajos que vimos en esa
selección fue el polaco When I am a bird,
de Monika Pawluczuk, que nos
introduce en una familia de una tribu Kayan
que viven en Tailandia, y la vez hace
un juicio sobre la transformación de ciertos tipos de cultura en meras
atracciones turísticas. El croata Presuda,
de Duro Gavran, va recorriendo los
rostros de aquellas las personas que, dieciséis años después de la guerra,
escuchan la sentencia impuesta al general Ante
Gotovina desde la plaza principal de Zagreb. El espectador solo oye una voz
retransmitiendo, pero es en los primeros planos de la gente donde vemos los
sentimientos. Y por último, la propuesta más radical de todas fue sin duda la
del alemán Sebastián Mez con su Substanz, un experimento totalmente
sensorial y anti-narrativo, que refleja el horror a través de un collage visual
y sonoro. Pero de este trabajo hablaremos más ampliamente en una entrevista que
hemos tenido oportunidad de hacerle al director con motivo de su paso por el
festival.
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