Leonor Watling se enamora de un prestigioso cocinero dublinés, en la sosa comedia gastronómica hispano-irlandesa 'Amor en su punto' que ya puede verse en salas nacionales.
por Miguel Alcalde.
En un momento determinado de Amor en su punto, Leonor Watling y Richard Coyle acuden al cine a ver una película gastronómica. El personaje de Coyle, inocentón, previsible y siempre simple, habla maravillas de la misma. Watling, por el contrario, afirma que es una basura. “¿Por qué se siguen empeñando en hacer este tipo de películas basadas en la comida que no tienen ningún tipo de gracia?”. Esa frase, por irónico que parezca, tiene un carácter premonitorio e imperiosamente aplicable al propio film. Coyle discrepa, cosa que supone la primera discusión de la pareja: la madurez por un lado, la ingenuidad por el otro. Parece que mediante esta escena los propios directores están poniendo en tela de juicio la seriedad, calidad o profesionalidad de su cinta; porque Amor en su punto es precisamente todo lo que el personaje de Watling desdeña: una absoluta sosería disfrazada de falso encanto irlandés. Un despliegue gastronómico que, lejos de resultar delicioso, casi incita a la náusea (literalmente en dos o tres escenas).
A priori, la película parece tener los ingredientes necesarios para resultar, si bien no buena, por lo menos decente, simpática: chico conoce a chica, se enamoran, comparten el gusto por la cocina y sus diferencias conyugales se extrapolan a las vicisitudes de sendos paladares. De hecho, situar la narración en el maravilloso Dublín, parece aportar cierto fairytale vibe del que un realizador más “avispado” podría haberse aprovechado. Todos estos elementos suponen un estrepitoso fracaso a la hora de ser trasladados a la pantalla: los acontecimientos se suceden de manera atropellada, sin ningún tipo de cohesión interna o estructura determinada. Un “batiburrillo” de acontecimientos insulsos (manda narices en una película sobre cocina) rigen la totalidad de un film apoyado en un guión insostenible cuyos personajes son absolutamente planos, a pesar de los intentos constantes de construcción de un pasado para el protagonista. No existe motivación para sus actos, deambulan por las calles de la capital irlandesa sin aparente rumbo y se rigen por deseos y pulsiones que denotan una total falta de profundidad, alma.
El efecto inmediato de toda esta parafernalia es el completo olvido del film por parte del espectador una vez ha abandonado la sala. Hasta la más absurda comedia podría permanecer en la mente del público: un "gag" particularmente divertido, un momento ciertamente memorable… El problema de Amor en su punto es que, valga la redundancia, no sabe encontrar ese punto. No sabe qué quiere ser y, durante su hora y media, se debate entre una serie de estilos sin llegar a encontrar de forma ni siquiera de forma eventual el suyo propio.
De hecho, se centra de tal manera en la consecución de algún tipo de química entre sus dos protagonistas, que relega a un segundo plano todo aquello importante para la realización de una película propiamente dicha. No hay “jugo” en el bistec que pretende ser esta acumulación de escenas sin ton ni son; más bien se queda en un brócoli poco cocido, bonito y pomposo por fuera, pero tan poco apasionante por dentro…
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