A una semana vista de la clausura del festival, ahora es Nacho Vázquez quien nos da su visión personal del Atlántida Film Fest hablándonos de cuatro de las más arriesgadas películas presentadas en la Sección Atlas.
por Nacho Vázquez
Si Tarantino realizase un remake de Cinema Paradiso, este sería algo parecido a Why Don't You Play in Hell?. Sion Sono, en una obra completamente personal, ha realizado su propia Holy Motors. El cineasta proyecta su carácter en el rol de un joven soñador que desea ser un director de cine para realizar “un peliculón” antes de morir. El metalenguaje no solo no se esconde sino que incluso se subraya con referencias a filmes mundialmente conocidos, se exagera e incluso se parodia. Sion Sono utiliza un lenguaje cinematográfico carismático para hablar del cine dentro del cine y, a su vez, dentro del cine. Dicho de otra manera, su película comprende plenamente su existencia como largometraje. De esa manera las referencias, el tono desfasado, el gore desmedido, las sobreactuaciones y la absoluta locura del último acto resultan hilarantes y sobradamente justificados. El tratar el cine con tanta pasión, a la vez que con tanto humor, ayuda al espectador a comprender al propio director y a su idea artística que sitúa el alma de un niño juguetón en el cuerpo de un adulto. Sono representa también la idea del cine como un arte colectivo capaz de unir a las personas - incluso a bandas de yakuzas rivales, en este caso - alrededor de un fin y una pasión común. Dejando de lado la vertiente más cinéfila (y cinematográfica) del film, Why Don’t You Play in Hell? es una auténtica y divertida locura que hará las delicias de los amantes del humor más negro. Durante su primero acto, estamos ante una película coral desfasada que, incluso, referencia - volviendo al ya mencionado lenguaje metacinematográfico - a una de las películas referentes del género coral: Magnolia. La propia destreza de un guión sin complejos con el añadido de unas interpretaciones completamente ridículas, hacen de la película un completo desfase con un humor negro y acertadamente basto. El delirio funciona incluso cuando la cinta copia giros argumentales de conocidos Doramas japoneses para demostrar la ridiculez de los mismos y caracteriza a los propios personajes entre un absurdo vaivén entre el melodrama y el gore más sanguinario. Pero difícil le resultará admirar la comedia y el metalenguaje a aquel espectador que no pueda encontrar diversión en sus excesivas dos horas de metraje. El "chiste" puede ser muy largo para algunos pese a que en su última parte y, más concretamente, en su última escena los excesos cometidos queden justificados. Why Don't You Play in Hell? una obra directa y honesta que te enseña el poder del medio en las vidas de las personas.
De la locura nipona a la crítica francesa: La batalla de Solferino retrata a una Francia en plena ebullición previa a las elecciones presidenciales, la incertidumbre del futuro de un país reflejada en las caras de unos ciudadanos normales, pero en especial, retrata a una Francia cercana mediante la modesta visión de una sencilla reportera. La propia protagonista, al igual que el resto de personajes, se encarga de proclamar la importancia de su minúsculo papel en la decisión electoral; la importancia de aquellos ciudadanos "mundanos" en el futuro de todo un país. Desde la más individual situación personal se puede observar la realidad francesa: los niños lloran ante el futuro, el canguro sacrifica su orgullo por dinero, el ex-novio posesivo representa a Sarkozy, el abogado saca a la Francia más tradicional descontenta con el cambio y el nuevo novio, a su vez, representa un atisbo lejano de esperanza en Hollande. La reflexión sobre la crisis de identidad francesa se une a la representación de ese desconcierto que sufren los propios personajes en su vida salpicando el conjunto, además, por un tono opresivo creciente tanto en el ambiente como en los propios personajes, acabando por resultar, la inteligente mezcla de cuestiones, lo mejor del filme. Pero aunque el trasfondo metafórico resulte interesante, debatible e incluso admirable en general, esa visión de la historia es lo único capaz de justificar todos los demás errores. El propio guión resulta ciertamente tosco y no ayuda a la caracterización de los personajes, ya sea por extensos momentos de puro dialogo que no llevan a ninguna parte o por las escenas realizadas únicamente con el fin de alargar el metraje. La propia búsqueda de extender el relato con situaciones vacías de mensaje o repitiendo el mismo una vez y otra vez, sólo llevará a que los temas interesantes de la película se diluyan. Los propios personajes resultan interesantes en un principio por la unión de los temas anteriormente mencionadas, pero hay cierto momento en el ecuador de la película donde se impide la evolución de los mismos en pos de crear situaciones divertidas que aligeren el potencial fondo dramático dibujando sonrisas que, al final, no aparecen en la cara del espectador. El intento de crear comedia falla y repercute en el drama general, convirtiéndole, por momentos, en doloroso. Todo lo que en un principio sorprende, al final desespera. Aún con una visión interesante, la poca destreza que demuestra Justine Triet ante un tema tan profundo conseguirá desesperar a quien busque un retrato inteligente y mordaz de la Francia en plena crisis.
El mal enfoque presentado en La batalla de Solferino cambia por completo para demostrar como un experto puede hacer sentir al espectador parte de lo presentado. La famosa mirada de Frederick Wiseman ha conseguido crear verdaderos documentales donde el público se sumerge en el mundo filmado por el artista. Pero aún con una larga filmografía, el cineasta ha conseguido superarse creando un documental de nada menos que cuatro horas de duración, su propio récord de metraje. At Berkeley puede parecer exhaustiva desde fuera y, en efecto, lo es realmente. Uno de los grandes problemas de la obra es su falta de definición narrativa y su inmensa duración - esas cuatro horas acaban adoleciendo -. Es duro enfrentarse a esa duración sin un hilo conductor claro ya que el espectador debe poner completamente su atención en todo el metraje y en todos sus detalles, tarea nada fácil. Pero para dificultad mencionemos que Wiseman tuvo que realizar un montaje de tan sólo cuatro horas con 250 horas de metraje. Nada menos que dos años y medio únicamente realizando el montaje del documental. Hay un gran trabajo detrás de las cámaras y sólo por ello el espectador debe darle una oportunidad pero además de dársela por esta cualidad y proeza técnica, At Berkeley también merece un visionado por su calidad más allá de los problemas antes nombrados. Cada escena trata de dar una pequeña visión del día a día de la mejor universidad pública de Estados Unidos. La propia inteligencia del cineasta para conseguir representar todas las visiones de Berkeley es absolutamente fascinante. Wiseman es capaz de ahondar en todos los temas de interés: la perspectiva del futuro de los estudiantes, los veteranos de guerra con una nueva oportunidad gracias a la universidad, los debates sobre las personas de color y su representación en la sociedad, la comparación entre la filosofía mundana y la transcendental, las huelgas estudiantiles en pos de sus derechos, los problemas económicos que conlleva una universidad de tal envergadura que, además, es totalmente pública, la lucha por los derechos, la pasión de la juventud… Un documental tan titánico que es capaz de representar un abanico extensísimo de personas cuya vida ha cambiado gracias a Berkeley. Por suerte, At Berkeley está muy lejos de constituir un panfletillo de cínica publicidad - como sí constituyen numerosos documentales recientes como el español Guadalquivir, recientemente en cines y ya disponible en la plataforma organizadora del festival que tratamos: Filmin - sino que se inclina por constituir un relato humanista centrado en las personas y en su capacidad para contar sus propias historias considerando a la propia Berkeley como otro personaje individual más. No se trata sólo de una más compleja de lo que parece crítica al capitalismo, ni tampoco de un espejo de la vida de un universitario ni de un homenaje a la ardua labor del profesor, At Berkeley reúne todo eso y más. Wiseman consigue demostrar como el contenido fluye solo ante la mirada de un genio.
La vida universitaria es atravesada a ritmo de Giallo gracias a The Strange Colour of Your Body's Tears. Los intrépidos creadores de Amer se atreven con una versión edulcorada de la misma, extrayendo todas las cosas positivas de esa su anterior obra. Para los verdaderos amantes de la ópera prima del dúo Cattet/Forzani, la obra no aporta nada a lo ya visto y para aquellos para los que Amer supuso una experiencia totalmente insatisfactoria, esta acabará por gustarle menos. El estilo de los directores está empapado por una vertiente puramente barroca y completamente cargante, pero presentado de una manera tan hipnótica que no puedes realizar otra acción distinta a la que supone adentrar tu mirada al tétrico mundo que presenta el largometraje. Los distintos y bellos planos fotografiados, el montaje, los movimientos de cámara, la música y los sonidos chirriantes consiguen crear una atmósfera realmente fascinante. The strange colour of your body's tears es completamente única tanto en su apartado visual y sonoro como, para bien o para mal, también en su narrativa. La historia se hila alrededor del conflicto de un hombre que busca a su mujer, un argumento en apariencia sencillo y tramposo pero la búsqueda onírica que presenta el largometraje franco-belga, llevará al espectador a visualizar las complejas pesadillas de todos los personajes (principales y secundarios). Esta forma de narrar permite una caracterización más profunda del psique de los protagonistas. Pero pese a tratar con inteligencia las referencias al Giallo (con numerosos guiños a su máximo exponente, Darío Argento), al onírico Lynch o al cine más sexual de Polansky, la cinta aqueja de falta de unión de las mismos creando una especie de Frankenstein sin ningún tipo de personalidad. El gran error de la película está en que al centrar su atención narrativa y estilística en los desvaríos de múltiples y diversas visiones, se olvida por completo de las preocupaciones del personaje protagonista. Además el filme trata únicamente de mostrar los asesinatos de forma lo más bella y poética posible, haciendo que el estilo predomine sobre el resto y diluyendo el resto. Un estilo que, además, al ser tan marcado puede resultar demasiado pesado para el espectador menos cinéfilo. En definitiva estamos ante uno de esos films que presentan una visión distinta y generan pasiones y desprecios a partes iguales.
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