Si La vie d’Adèle salió laureada y se erigió como la gran sorpresa del Festival de Cannes de 2013, se puede afirmar que Only God Forgives, la última película de Nicolas Winding Refn, fue la gran perdedora.
Tras el éxito cosechado hace dos años en el mismo festival por su anterior trabajo, Drive (2011), Winding Refn llegaba finalmente a Cannes con el reconocimiento que merecía. Su primera colaboración con Ryan Gosling había devenido inmediatamente en una película de culto, un clásico instantáneo, y todo hacía presagiar que en esta ocasión iba a repetir la jugada.
Las primeras imágenes de Only God Forgives recordaban inevitablemente a esa obra maestra que el director danés nos regaló en el 2011: su particularísimo uso del color en las imágenes (provocado en parte por el daltonismo de Winding Refn), su gusto por la violencia, la presencia de un Ryan Gosling parco en palabras… Mucho se tenía que torcer el asunto para que no contase de nuevo con el beneplácito de la crítica y de una gran parte de un público que cayo rendido ante Drive.
Sin embargo, tras la proyección de la película la mayor del público se quedó contrariada. Muchos salieron horripilados y hasta iracundos por las altas dosis de violencia de algunas escenas, varios abuchearon durante los títulos de crédito finales y algunos hasta llegaron a cuestionar su propia opinión sobre Drive en vista de la nueva luz arrojada por los acontecimientos.
Pese a la ingente cantidad de detractores que surgieron en cuestión de horas, también hubo, claro, un pequeño grupo de resistencia que defendió la película y manifestó su enorme coherencia interna con el resto la obra de su director. En concreto, la emparentaban con Valhalla Rising (2009), el film que hizo que su nombre ya circulara por ciertos círculos cinéfilos antes del salto a la fama que supuso Drive.
Ambientada en la Edad Media, Valhalla Rising narra el extraño viaje de un grupo de vikingos hacia un paradero desconocido en busca de, efectivamente, el Valhalla. Se trata también (cómo no) de una historia plagada de violencia y silencios, de ritmo pausado y protagonizada por un enigmático personaje del que apenas se sabe nada y apenas pronuncia palabra. En este caso, “el héroe” era encarnado por Mads Mikkelsen, paisano del director, que ocupaba aquí el lugar que luego tomaría Ryan Gosling.
Only God Forgives no se desarrolla en otra época, pero también cuenta con unas coordenadas geográficas muy específicas y nada caprichosas. Transcurre en Tailandia, ese paraíso natural que el hombre se ha encargado de pervertir hasta convertirlo en un infierno donde el tráfico de drogas, la prostitución infantil y la mafia campan a sus anchas. Se muestra un Bangkok sucio, gris y decadente en el que casi se puede palpar la inmundicia; es un panorama tan desolador que trae a la mente esa magnífica recreación distópica del Los Angeles de Blade Runner.
En medio de ese inframundo se encuentra Julian (Ryan Gosling) un misterioso norteamericano afincado en la ciudad que regenta un gimnasio de boxeo tailandés como tapadera de un negocio de droga (todo ello habrá que intuirlo gracias a pequeños gestos o algún dialogo de pasada: aquí los detalles de la trama ni importan ni se les da importancia). Cuando su hermano y socio es asesinado tras, a su vez, haberle quitado de forma salvaje la vida a una prostituta de 14 años, se ve inmerso en una espiral de venganza y violencia en la que también estarán involucrados su madre (Kristin Scott Thomas bordando un papel nada habitual en su obra) y un policía tailandés retirado con un extraño sentido de la justicia y una extraña afición al karaoke (Vithaya Pansringarm como actor revelación adueñándose de la película en varios momentos).
Fácilmente se podría caer en la crítica del simple (casi inexistente) argumento de la película y tildarla como mero ejercicio de estilo (algunos ya hicieron lo mismo con Drive), pero si el espectador se deja llevar por la hipnótica manera de narrar de Winding Refn podrá descubrir detrás de su (imponente) fachada visual una fascinante historia de venganza, culpa y redención recorrida por la malsana poesía del director danés y con tintes de tragedia griega con marcado carácter freudiano entre cuyas influencias encontramos nombres como Gaspar Noé, Jodorowski (al que va dirigida la dedicatoria de los créditos finales) e incluso Buñuel y su perro andaluz.
Nicolas Winding Refn se confirma como un cineasta único, talentoso e inquieto que huye de cualquier zona de confort y siempre corre nuevos riesgos, porque eso es Only God Forgives: un suicido artístico. Estamos un salto al vacío que ha supuesto un gigante paso adelante (otro) en la filmografía del director danés.
Pero sería injusto limitar los elogios a Winding Refn. Tanto su última película como la anterior, Drive, son fruto de la conjunción de tres genios: el propio Winding Refn tras la cámara, Ryan Gosling hierático y parco en palabras (veintidós en Only God Forgives, para ser exactos) delante de ella y Cliff Martínez omnipresente a través de sus extraordinariamente sugestivas composiciones musicales.
Desde el trabajo de Sergio Leone, Clint Eastwood y Ennio Morricone en la Trilogía del Dólar no recordaba una colaboración de director-actor-músico semejante. Curiosamente en ella el protagonista también era un enigmático hombre, de pasado desconocido, rostro hierático y parco en palabras que reformulaba la figura del (anti)héroe tradicional y de lo viril en general. Curiosamente también fue objeto de polémica por su inusual forma de mostrar la violencia. Curiosamente fue tachada de mero ejercicio de estilo y creó un estilo visual único que posteriormente se ha repetido a la saciedad…
En definitiva, se podría seguir largo y tendido con el paralelismo, pero eso ya merecería otro artículo. Solo añadiré que, curiosamente, Leone y su Trilogía del Dólar también fueron maltratados por la crítica en su momento. Ahora Leone es considerado uno de los mayores genios del Séptimo Arte y su Trilogía del Dólar una obra maestra.
Winding Refn se mantiene ajeno a polémicas y ya prepara sus próximos proyectos.
redactor de La Llave Azul | Madrid
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