La adolescencia, esa etapa tan dura de nuestras vidas caracterizada por el predominio de un constante sentimiento de incomprensión por parte del resto del mundo. Nuestros únicos confidentes somos nosotros mismos y parece imposible que haya alguien más que pueda sentirse igual.
En los últimos años, una serie de realizadores ha llevado al cine la crudeza de la adolescencia de una manera magistral. Atrás quedan las poco creíbles historias de chicos y chicas felices en el baile de graduación bebiendo ponche y siendo los reyes del curso. El año pasado, mismamente, Stephen Chbosky llevó a la gran pantalla de una manera emocionalmente apabullante la historia de Charlie en Las Ventajas de Ser un Marginado. Con su ópera prima, Chbosky redefinió la forma de tratar los problemas de la adolescencia en el cine moderno, además de servir de influencia para una gran cantidad de directores.
Esta pequeña introducción sirve para definir la esencia de The Way Way Back, ya que el punto de partida de la historia es muy parecido a la del protagonista del trabajo de Chbosky.
Duncan, un tímido chico de 14 años al que le cuesta mucho encajar, está a punto de iniciar sus vacaciones de verano junto a su madre, el insoportable nuevo novio de ésta y su hija. En medio de la soledad que rodea su vida, un inesperado amigo aparece en su vida: Owen, el gerente del parque acuático del pueblo. Esta nueva amistad va a arrojar una importante cantidad de luz en su ensombrecida vida, consiguiendo aportarle la fuerza necesaria para afrontar toda una serie de dificultades que vienen principalmente de la paradójica inmadurez de los adultos.
La factura de una historia con un calado emocional tan profundo es complicada, pero afortunadamente The Way Way Back consigue su propósito: emociona, divierte y enternece. El responsable: un guión de una profundidad e inteligencia abrumadoras con un ensamblado y ritmo perfectos.
Los guionistas ganadores de un Oscar por Los Descendientes, se enfrentan al desafío que constituye su primera película como directores con gracia, clase y espontaneidad. Es sorprendente el perfecto desarrollo de la historia, la madurez que adquieren todos y cada uno de los personajes a medida que avanza la película y lo hondo que llegan a calar en el espectador. Además, la totalidad de la película está apoyada sobre una concepción metafórica interesantísima: el parque acuático como refugio, como una isla en el confuso océano que es la adolescencia. Gracias a ese recurso la historia adquiere un significado pleno, conmoviendo a un espectador simpatizante desde un primer momento con Duncan y los habitantes de su pequeño mundo.
El repartazo que compone la película ya anticipa la calidad de las interpretaciones, algo imprescindible para la consecución de esa empatía con la mayoría de personajes. Aún así, las actuaciones más impresionantes son las de Liam James y Sam Rockwell. Constituyen el alma de la película y brillan como nunca en sus respectivos papeles, resultando creíbles y aportando frescura a dos personajes cuya psicología comprenden y que de haber llegado a ser interpretados por otros actores, podrían haber llegado a ser tópicos, insulsos y carentes de matices.
A pesar de la sombra que se cierne sobre la figura de Duncan al comienzo de la película (sombra encarnada por un Steve Carrell como pocas veces hemos visto), The Way Way Back sirve como antídoto contra los malos ratos de nuestro día a día: esperanzadora, extremadamente divertida y profundamente conmovedora. No parece una decisión dejada al azar el hecho de situar la película en un lugar tan idílico como es ese parque acuático en medio de la época estival: un lugar al que todos nos gustaría escapar en los momentos difíciles. Un lugar de ensueño que el espectador se resistirá a abandonar aun con los títulos de crédito deslizándose por la pantalla.
redactor de La Llave Azul
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