Especial | Trilogía del Cornetto, de Edgar Wright



Con motivo del estreno en España de la aplaudida última cinta de la "Trilogía del Cornetto" de Edgar Wright, en La Llave Azul repasamos los films que forman éste divertidísimo tríptico lleno de guiños, humor inglés y rebosante de amor por el cine.

Homenaje a la cultura pop


'Zombies party (Una noche... de muerte)' / 'Shaun of the dead' / 2004


Muchas veces se toma como argumento manido la cultura popular. El empleo de referencias cercanas en el tiempo es, en ocasiones, un método que gran parte del público puede tomar como acciones que tienen un efecto efímero en el espectador. Lo que ahora nos hace gracia, puede que no nos haga reír en cinco años. Lo que añoramos ahora, podremos haberlo olvidado en cinco minutos. Si una película toma como pilar fundamental el imaginario colectivo y lo funde de modo especial con una historia fantástica, el resultado es una obra que no puede olvidarse bajo ningún concepto.

Edgar Wright y Simon Pegg logran configurar a través de Shaun of the Dead (Zombies Party) un amiguismo con el espectador. Desean, desde el primer momento, que el espectador juegue a un trivial de referencias inglesas, pero también juegan con el lenguaje cinematográfico, para que como espectadores, disfrutemos de lo que nos quieren contar. Debido a una gran amistad, y partiendo de la base de un gran trabajo previo en la serie Spaced (recomendada al máximo por quien firma y plagada la misma de todos los conceptos que pueblan este film), el salto de sus historias a un medio más grande que la televisión no sufre lo más mínimo, y lo que debe ser más amplio, más fuerte y más ruidoso, logra serlo sin perder ni un ápice de frescura, identidad y buen hacer.

Estamos, pues, ante una comedia totalmente inglesa, que bien podría equipararse al cine de Richard Curtis (por su eterno retorno al romance) aunque situado en un ambiente más cercano al Ken Loach, que muestra las afueras de Londres. No es que se parezca para nada al cine de ambos cineastas, ya que el tríptico formado por Shaun of the Dead, Hot Fuzz (Arma Fatal) y The World’s End (Bienvenidos al fin del mundo) tiene unas formas y un lenguaje totalmente alejados de la filmografía de los cineastas mencionados.

El homenaje que se realiza al cine de George A. Romero impregna cada escena, sabiendo que el humor que rebosa cada diálogo está totalmente medido. La película comienza mostrando a un donnadie abandonado por su novia y que aún vive con sus amigos. Un personaje totalmente vulgar y descerebrado que no hace más que evidenciar sus carencias con todas las decisiones que toma. Simon Pegg hace totalmente suyo el personaje de Shaun, fundiéndose con las particularidades de la historia. Pero su amigo de siempre, el gran Nick Frost, gana por la mínima con la interpretación de Ed, un personaje aún más perdedor e inútil.

La situación que rodea a estos dos personajes no parece afectarles en absoluto. No temen por su propia supervivencia y avanzan entre la invasión zombi como si fuera algo totalmente habitual. Su primer encuentro con una zombi define totalmente el carácter desenfadado de la propuesta. La película avanza a un ritmo muy medido, aportando multitud de motivos para la risa del espectador. Todo son referencias hasta que en un momento cumbre los personajes deben hacer frente a la amenaza al compás del "Don’t Stop Me Now" de Queen. Ahí es donde Wright y Pegg llegan al cénit de la propuesta, coronándola como mejor han querido.

Shaun of the Dead es, en definitiva, un homenaje. Al cine inglés. A George A. Romero. A los romances. A los amigos. A la familia. Pero el tamiz por el que pasan todas estas ideas está muy bien equilibrado. Edgar Wright sabe traducir a imágenes un guión muy divertido y ágil, y Simon Pegg se enfrenta al terror con la mejor de sus sonrisas.

La defensa de un estilo





'Arma fatal' / 'Hot Fuzz' / 2007


Tras Shaun of the Dead, que sentó las bases de un lenguaje propio para unas historias disparatadas, la siguiente entrega de la trilogía se disfraza de seriedad para mostrarnos, bajo otro prisma, las singularidades de una pareja que saben acercar al espectador a la historia. Edgar Wright y Simon Pegg vuelven a invitar al público a otro relato, pero esta vez se toma una vertiente más realista y seria, sin perder ni un ápice de frescura ni un instante de humor absurdo.

Dado que no es una secuela al uso, sino una mera continuación de fondos y formas, las posibilidades que ofrece esta propuesta son múltiples. En este caso, la historia se sitúa en un pequeño pueblo de la campiña inglesa en el que nunca pasa nada, al que llega un (demasiado) competente policía de ciudad, numerosamente condecorado y bregado en mil batallas. Es allí donde tiene lugar el choque cultural entre la gran ciudad y la Inglaterra profunda.

Simon Pegg cambia totalmente de registro para interpretar al Sargento Nicholas Angel, un personaje muy serio, ajeno a toda situación mínimamente cómica que suceda a su alrededor. Vuelve a estar secundado por Nick Frost, con un personaje análogo al interpretado en Shaun of the Dead; en este caso, Frost posee más fuerza en pantalla y es el verdadero actor de comedia que merece la película. No obstante, sorprende la genial plantilla de secundarios ingleses que forman el conjunto, todos de absoluta solvencia, entre los que se encuentra Paddy Considine, Kevin Eldon u Olivia Colman. Pero dos de ellos merecen una mención especial. Por un lado, Jim Broadbent, un actor de sobrada valía y muy reconocida trayectoria, que vuelve a explotar su vis cómica en un personaje inocente aunque decidido, fundiéndose con la filosofía y tranquilidad del pueblo que protege como jefe de la policía local. En otro nivel se encuentra un magnífico Timothy Dalton, que explota al máximo su presencia en pantalla: todas las escenas en las que aparece la visión de la cámara tiene un imán sobre él y es preciso realizar un reconocimiento sobre el personaje de empresario local que construye en el film.

Este cambio de relato, sin ningún tipo de elemento fantástico, convierte a Hot Fuzz (Arma Fatal) en una simbiosis entre historia costumbrista y buddy movie, y alcanza unos niveles de seriedad muy planificados, todos ellos con el personaje de Simon Pegg como hilo conductor. Es un guión mucho más contenido, pero se agradece porque en el momento en el que explota su vertiente más cómica, el resultado es más beneficioso para el conjunto. Sorprende la, en ocasiones, inusitada violencia visual que podría esperarse de los mismos que hacen un chiste con el rescate de un ganso.

Comparada con su predecesora, podría parecer una película menor, pero obviamente se ve perjudicada porque aporta menos ideas novedosas que la anterior entrega. Pero es formidable la solidez del conjunto. El empleo de la música a lo largo del film, ya sea original compuesta por David Arnold o canciones utilizadas en el mismo, es un gran aporte. Es maravilloso que Wright haya querido también copiar algunos planos y movimientos de cámara que empleó en Shaun of the Dead, haciendo que las películas sean algo así como hermanas muy parecidas. Debería requerirse esta propuesta como un paso adelante en la entrega, no como una fallida segunda parte. Es, una vez más, la reivindicación de un estilo.

La nostalgia del final






'Bienvenidos al fin del mundo' / 'The World's End' / 2013


Resulta hasta poético que para cerrar una trilogía absolutamente novedosa y con un estilo propio hayan decidido que sea el fin del mundo. The World’s End (Bienvenidos al fin del mundo) es el broche de oro a una serie que, también en este caso, defiende por encima de todo un estilo propio y un acercamiento al espectador, para lograr transmitir toda una serie de ideas que Edgar Wright y Simon Pegg tienen en un pedestal y han querido compartir con el resto. Un modo de ver la vida, de disfrutar de lo actual, de no olvidar lo pasado, de poder luchar por la nostalgia.

En este caso, hay una idea en toda la película que lucha porque no olvidemos esta serie. La nostalgia que provocará el saber que esta es la última entrega de la Trilogía del Cornetto. El mero argumento nos recuerda que esto es una reunión de amigos en la que la diversión es el motor de todo el conjunto. Es además, la película en la que, pese a ser el protagonista, Simon Pegg cede mucho de su protagonismo al resto del reparto.

Pegg encarna a la nostalgia personificada, una especie de Peter Pan extraño que no quiere huir de su adolescencia. Sus amigos han madurado y él ante todo quiere poder rescatar la amistad que aún les une. Simon Pegg es un líder absurdo y perdido de un grupo formado por una serie de actores que construyen cuatro personajes de manera magistral. Nick Frost afronta esta vez el personaje serio del film, el más comedido y formal, pero no deja de ser un gran actor de comedia. Eddie Marsan aporta sencillez a un personaje inocente que se deja llevar por los acontecimientos. Martin Freeman hace gala de un registro cómico fantástico, levemente explorado antes, y muy cercano a su personaje de Bilbo Bolsón en El Hobbit. Por último, Paddy Considine es el mayor obstáculo que debe sortear Pegg, porque borda un papel más maduro pero con las mismas inquietudes que el protagonista, encarnadas en este caso por Rosemund Pike, con el primer personaje femenino con entidad que aparece en la trilogía.

El resto de la función apura sus posibilidades. No estamos ante la mejor película de la saga, tal vez por agotamiento de ideas, quizá por exprimir al máximo todos los recursos. Destacable es de nuevo la realización de Wright, y en este caso, cómo decide filmar de modo trepidante la escena que da inicio a los acontecimientos del film. De todos modos, es de las tres la más melodramática y la que más esconde su comedia, y muchas veces el equilibrio entre ambas facetas no está bien compensado.

Como amor al cine es un film notable. Como oda a la amistad es un relato sobresaliente. Cuando decide tomar en serio su propio argumento, la película muestra sus deficiencias. No puede considerarse una gran película, pero sí un gran broche de oro. Por mantener el espíritu intacto, por conservar la esencia. Por contribuir a nuevas formas de diversión cinematográfica.

redactor de La Llave Azul | San Sebastián

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