En el Atlántida Film Fest nos topamos con una polémica e insólita obra de origen islandés premiada en el pasado Festival de San Sebastián. De caballos y hombres explora el lado más esperpéntico de la vida y la mezquindad del ser humano.
El ojo como espejo de una realidad. El cine como arte capaz de realizar grandes lazos de empatía espectador-personaje. Existen películas cuya atención se centra en ver el séptimo arte como un reflejo de nuestra realidad, capaz de hacernos visualizar una verdad más elevada En la literatura surgió un género, llamado esperpento, que trataba de representar la sociedad corrompida del momento mediante la deformación y el retorcimiento de la realidad, o lo que es lo mismo; poniendo el mensaje interior frente a un espejo de feria que lo devuelva como la imagen grotesca que, en esencia, es. Una especie de sátira macabra que no tiene miedo a utilizar el humor negro para enfrentar a la sociedad a una incómoda situación. Y como una sala llena de los espejos mencionados, De caballos y hombres refleja al ser humano en el ojo del inocente animal.
Por ello De caballos y hombres se erige como una película fragmentada. Cada escena está dividida por un plano en el que un caballo que contempla al hombre. No conocemos cómo es, ni profundizamos en su personalidad, pero percibimos su trato hacia el animal. Eso lo define como persona. La deuda personal del director y del país hace reflexionar sobre el trato a un animal que, a lo largo de la historia, ayudó en múltiples ocasiones a construir su sociedad. Ya en el primer capítulo del premiado largometraje se definen completamente las características de los roles que nos encontraremos en él: el hombre se mostrará como un ser salvaje, arrogante y orgulloso que entiende a su yegua como una extensión de su propio ego, como una mera propiedad con la que pavonearse ante el vecindario. El conflicto llegará con el giro argumental: un semental capa negra se percata de que la yegua del hombre está en celo, con las consecuencias por todos obviadas. La comunidad, escandalizada ante tal violación de su ego y orgullo, se espantara e incluso llorará ante la escena. Sin embargo, no levantarán las cejas por los hechos posteriores, contemplando el castigo de la yegua como un suceso que no provoca más que la indiferencia. Describiendo y componiendo así este particular esperpento.
La propia estructura narrativa fragmentada adentra al largometraje en los terrenos de la comedia negra. Pero el humor en De caballos y hombres solo es perceptible en contadas ocasiones y su aridez no genera sonoras carcajadas, lo que hace desaconsejable el filme para espectadores que ansíen humor al uso. El propio Benedikt Erlingsson habla de cómo la comedia fluyó sola por la ridiculez de las situaciones representadas. El esperpento, anteriormente mencionado, es fruto de observar a los humanos realizando acciones realmente vergonzosas y egoístas, en su mayoría basadas en utilizar al animal como un mero objeto del que puedes disponer. Nos enseña como una persona mataría a su caballo por sobrevivir o como por no realizar un esfuerzo excesivo, pone en juego la vida del mismo. La deformación del ser humano es representada en el ojo del caballo que al reflejar la realidad nos hace vernos tal y como somos.
El caballo es castigado por seguir sus instintos más primitivos. Pero el hombre, como ser racional, se desenmascara como visceral e impulsivo. Donde el ser humano puede errar, el otro debe obedecer. De caballos y hombres no tiene miedo a compararlos continuamente, intentando borrar esa línea que separa a las personas de los animales. El poco dialogo que contiene la película ayuda a transmitir esa idea. Dos capítulos en particular se erigen como reflejos el uno del otro, primero desde la perspectiva equina y después desde la humana, mostrando ambos la misma acción en distintas especies; la propia hipocresía del pueblo llano, donde los caballos resultan ser ejemplos de cómo la naturaleza aguanta los golpes de la humanidad. Los propios animales se mantienen cerca de sus propietarios y fieles a pesar de todo.
La propia frialdad del país es representada de una manera magnífica, mediante una fotografía exquisita. La sobriedad de la imagen y de los paisajes ayuda en los momentos cómicos, sintiéndose los mismos más cercanos a la realidad haciendo la situación aún más hilarante. La habilidad para manejar el silencio, ya sea en pos de la comedía o para contemplar la propia belleza de la imagen, es increíble. Los actores desaparecen mimetizándose y convirtiéndose realmente en los pueblerinos. La representación del trato al caballo y como el ser humano se aprovecha de la naturaleza en su propio beneficio me parece muy acertada, en cualquier contexto social posible. Un tema tratado de una manera impecable en una gran épera prima.
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