Ciclo Aronofsky | 'Noé'

“Y la Tierra se había corrompido y estaba toda ella llena de violencia. Y miró Dios a la Tierra y he aquí que estaba corrompida porque toda carne había corrompido su camino sobre la Tierra (…) y he aquí yo traeré un diluvio sobre ésta, para destruir toda carne en que hay aliento de vida debajo del cielo; todo lo que hay en la Tierra perecerá

Génesis 6, 11-17

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Bajo este pasaje de calado tan destructivo como imponente se esconde la supuesta historia de Noé y su familia, únicas personas a las que Yavé permitió la supervivencia al diluvio que mandaría como recompensa a su pureza y bondad, solo equiparable a la de los animales que ocuparían el arca que se construiría. Lo demás dejaría de existir. El Señor olvidaría momentáneamente su infinita misericordia para arrasar con todo ser viviente sin el más mínimo atisbo de piedad, y no existiría nadie que pudiera reprochárselo.

Durante siglos y siglos de lucha más o menos literal entre ateos y cristianos, nadie ha parecido poner interés en el inconmensurable plantel de posibilidades que tal hecho otorga a la polémica.

Nadie excepto Darren Aronofsky, posiblemente el director contemporáneo con mayor habilidad para plasmar en pantalla minuciosos estudios de conflictos psicológicos aplicados a personajes normalmente atormentados. En la mayoría de sus películas dichos conflictos tienen como corolario el sacrificio o automutilación del personaje principal. Sacrificio que surgiría como consecuencia de un deber impuesto por una instancia superior, bien localizada en el propio interior del personaje o bien presente de forma desdibujada en el exterior. Este sacrificio otorgaría la beneficencia a la raza humana y tendría como única razón de ser la consecución del bien común. Nos encontramos por tanto ante una concepción eminentemente bíblica: la venida a la Tierra de un ser que ofrece su vida en beneficio de los demás.

De esta forma encontraríamos a Nina en Cisne Negro, cuyo único objetivo es el logro de la perfección absoluta en su interpretación para el exclusivo deleite de aquellos que la observen, cosa que solo se conseguirá mediante su muerte. Asimismo, Randy combatirá en el acto final de El luchador, a pesar de que la enfermedad está a punto de acabar con él, ante una fiera multitud que le ovaciona.

Nótese la relación que se establece aquí entre el concepto “sacrificio” y “espectador”. Aronofsky postula en una crítica visceral la concepción de muerte como espectáculo, la pulsión escópica o simple “morbo” que convierte al ser humano en un monstruo ávido de contemplar tal sufrimiento. Sólo así se conseguirá la perfección ansiada por Nina. Sólo así estaremos satisfechos.

Ante un postulado tan desolador, las películas de Aronofsky pueden originar dos reacciones: una fascinación absoluta o un virtual rechazo. Personalmente, me encuentro en el primer grupo. Sin ningún tipo de pudor, Aronofsky representa en pantalla temas tabú que incitan a una reflexión prolongada en los días posteriores al visionado.

Es el caso de Réquiem por un sueño, es el caso de El luchador, es el caso de Cisne negro… y es el caso de ésta Noé. Alejada de la usual concepción de fanfarria épica que una adaptación bíblica hubiera supuesto en manos de otro director, Aronofsky apuesta por una profunda exploración de las vicisitudes de dos conceptos enfrentados desde el principio de los tiempos: el bien y el mal. ¿Qué es bueno y qué es malo? ¿Hay posibilidad de establecer una definición precisa de ambos? ¿O no existen límites definidos y vienen marcados por una cierta vaguedad? ¿Cómo sabemos que en Noé y su familia reside la bondad si sus acciones y pensamientos no son tan distintos a los de aquellos que Dios está a punto de exterminar? ¿Cómo sabemos que el propio Dios es bueno?

“¿Cómo sé yo que no me controla un genio maligno que convierte lo falso en verdadero y lo verdadero en falso?”. La teoría del genio maligno acuñada por Descartes implicaba la utilización del término “genio” para diferenciar al dios al que aludía del Creador cristiano. Es curioso que en el film de Aronofsky se pueda establecer una identificación plena entre ambos.

La representación de Noé como figura buena e íntegra por excelencia se ve alterada completamente en el momento en que las acciones realizadas por el bien del Universo (ese bien común que antes mencionaba elevado a su máximo exponente) se tornan en oscuras, violentas, malignas y nada diferentes a las de aquellos que obtendrán un castigo divino. El sacrificio supremo supondrá su inmolación así como la de su propia familia, en la cual se comienza a cuajar una cierta rebelión (la voluntad de huida de Ila, incapaz de ver morir a sus hijas a manos del que una vez consideró su padre, así como la pujante sed de venganza presente en el personaje de Ham). La postura adoptada por Noé, como una suerte de dictador del arca que durante tantos años construyó, en nada se diferenciará de la del Rey de los descendientes de Caín, al que repite una y otra vez que debe morir. ¿Por qué Dios eligió a uno y no a otro?

La presencia del conflicto identitario así como la fina línea existente entre el bien y el mal son conceptos muy presentes en la totalidad de la película. Aronofsky se vale de su habitual imaginario perturbador y detallista para ofrecer una representación certera de la naturaleza inevitablemente violenta del ser humano, hecho que ni siquiera un diluvio puede detener. La conclusión del film muestra la destrucción psicológica del personaje de Noé a raíz de lo acontecido. El sacrificio se ha producido, por tanto, si bien no de forma literal. El conflicto solo se resuelve mediante la destrucción, bien sea física o psicológica. La exposición de Noé a la oscuridad que reside en todo ser humano es el detonante del diluvio destructor de su propia integridad.

Noé (Noah, EEUU - 2014) | Ya en cines | Una reseña de Miguel Alcalde

 

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