61 Zinemaldia | Cuarta Crónica

El equipo de Oktober November, capitaneados por su director, Gotz Spielmann (a la derecha).

Aunque el lunes toda la expectación del público girara en torno al viaje espacial de Alfonso Cuarón que se 
proyectaría esa misma tarde, uno de los pases de prensa matutinos llamaba especialmente mi atención.

El teatro Victoria Eugenia acogía la proyección de Oktober November, película austríaca escrita y dirigida por Götz Spielmann, cuya anterior obra, Revenge, fue nominada al Oscar en el año 2009. Su experiencia en el terreno dramático convierte a Spielmann en la persona idónea para plasmar en la pantalla los dolorosos momentos que preceden a la muerte de un ser querido.

Oktober November reflexiona sobre tales momentos de una forma desgarradora, actuando como una gran metáfora del fin de la vida, en la que el otoño tiene un papel fundamental. Sorprende lo imprescindible que es la atmósfera creada por el director a la hora de transmitir tan profundas emociones. Tanto la ambientación como la fotografía son elementos clave y extremadamente eficaces que actúan como base de la historia y sobre los cuales se apoyan los restantes elementos de la película. Es especialmente destacable el no-uso de música en, prácticamente, la totalidad del metraje. Esto refuerza la soledad del lugar en que transcurre la mayor parte del film e invita al espectador a sumergirse en la triste tranquilidad y poderosa nostalgia que supone el fallecimiento de la persona amada.

Sebastian Koch, protagonista de Oktober November, en el photocall del film.


A la hora de reflejar todo esto, el director se toma su tiempo: se regodea en la belleza de los paisajes otoñales, emociona con la sutileza de gran cantidad de metáforas y arroja cierta esperanza al ineludible final del ser humano. Una película que abarca temas tan complicados y existenciales no es fácil de digerir y en ocasiones puede pecar de lenta, pero es en esa lentitud donde se encuentra su razón de ser, resultando ser una exploración increíblemente fascinante del misterio más grande de la vida.

Todavía con la cabeza llena de los tejemanejes sobre los que Oktober November hace meditar y con apenas descanso para reposar las ideas, llega el momento de hacer frente a la película a la que más ganas tenía este año. La emoción inicial da paso al miedo. ¿Será capaz Gravity de estar a la altura de unas expectativas tan altas que rozan el absurdo?

Tal entusiasmo se palpa en el ambiente a mi llegada a la plaza Okendo: la cola de entrada es tan larga que resulta difícil de creer. Los cinéfilos compartimos nuestra emoción por el que muchos dicen, será el evento del año: la mayoría que el hype generado actuará en contra de la película, mientras que otros tantos aseguran que la experiencia que estamos a punto de vivir rozará un nivel casi sexual. Otros simplemente se quejan de que la película vaya a ser proyectada en 3D. Pero como vemos ninguna de estas opiniones puede darse por válida hasta que se apagan las luces de la sala, el público contiene el aliento y se coloca sus gafas, un billete directo al corazón del espacio.

Jonás y Alfonso Cuarón hablando para el público que acudía al pase general de Gravity.


En mis primeras impresiones escritas en Twitter, califiqué Gravity de “milagro”. Podemos llegar a pensar que la excitación del momento hizo que llegara a exagerar, pero lo cierto es que, una semana después de ver la película, me alegro profundamente de decir que sigo utilizando ese calificativo para definir la nueva obra de Alfonso Cuarón.

Gravity es un thriller espacial de hora y media magistralmente dirigido y que supone un punto de inflexión en la Historia del cine contemporáneo. Llegados a un punto en que el panorama cultural parece no salir a flote, el film de Cuarón apuesta por la idea de “cine como espectáculo” que acompaña a la historia del celuloide desde tiempos inmemoriales. El director mexicano lleva este concepto a un nuevo nivel, convirtiendo la experiencia de sentarte en la butaca junto a un par de amigos en un viaje inimaginable y casi imposible de expresar con palabras.

La dirección es el factor clave a la hora de conseguir hacer posible esta experiencia. Cuarón apuesta por un uso continuo de los planos secuencia (abre la película una escena de 15 minutos aparentemente rodada en una sola toma), a través de los cuales introduce de lleno al espectador en la agónica odisea que experimentan los personajes, quitándole la respiración constantemente y solo devolviéndosela una vez el metraje ha concluido.

Su frenético montaje y poderío visual engrandecen el conjunto final, aportando a la ya de por sí increíble dirección un aire majestuoso equiparable al trabajo del mismísimo Stanley Kubrick. La guinda a tan grande pastel la pone la interpretación de Sandra Bullock. A lo largo de la carrera de la actriz estadounidense, jamás la habíamos visto enfrentarse a un personaje tan serio, fuerte y al mismo tiempo vulnerable. La profundidad psicológica del personaje supone un enorme reto para cualquier actor y, sorprendentemente, Bullock logra emocionar, aportando a la película la fuerza de una mujer que en los momentos más duros de su vida logra encontrarse a sí misma. Todo esto coronado por una gran banda sonora, con ecos del mejor Zimmer que triplica la grandeza y la tensión del film.

Jonás Cuarón, guionista de Gravity, hablando para la prensa bajo la mirada de su padre, coguionista y director, Alfonso.


Nunca se ha visto antes algo como Gravity en cines, y el bramido consecuente a los primeros títulos de crédito casi destroza las paredes del centenario teatro. Cuarón se ha convertido instantáneamente en un director de culto y la multitud no puede esperar para volver a repetir una de las mejores experiencias visuales jamás vistas en salas.

Con Gravity todavía en la retina, me veo obligado a experimentar tres días de vuelta a la dura realidad, pero con la certeza de que mi regreso al festival el jueves de esa misma semana conllevará una mayor cantidad de alegrías cinéfilas que los primeros cuatro días.

El cansancio generado por seis horas de viaje no impide que nada más llegar a Donosti me dirija de nuevo al edificio principal para disfrutar de un proyecto arriesgado como pocos, L'Image Manquante. Un documental que utiliza la técnica de animación claymation para recrear con dureza la toma de poder en Camboya por parte de los Jemeres Rojos a finales del s. XX. Este acontecimiento condujo a la muerte a miles de civiles inocentes convirtiéndose en uno de los regímenes más sangrientos de la Historia de la Humanidad.

Fotograma de L'Image Manquante


El cineasta camboyano Rithy Panh realiza este impresionante ejercicio cinematográfico a través del cual muestra de una manera original y no por ello menos impactante, los horrores consecuentes a la fundación de la Kampuchea Democrática. Para ello se vale de figuras de arcilla, utilizadas para representar a la población que sufrió tales hechos, y cuya expresión hueca es un elemento fundamental a la hora de transmitir desasosiego y provocar un fuerte impacto.

El simple hecho de recrear esta historia a través de figuras que parecen haber sido creadas por las manos de un niño, añade al film un claro componente de inocencia que contrasta con la dureza implícita en el relato, acrecentando su carácter impactante. Alternando estos momentos con imágenes reales del régimen, Panh ensambla un conjunto sombrío y estremecedor. Su artificialidad implica una poderosa humanidad, cosa de la que otros documentales carecen aun contando con seres de carne y hueso.

L’Image Manquante es una película necesaria por su contenido y sobre todo por suponer un cambio radical en la forma de hacer documental, no por ello renunciando a una exposición verídica de los hechos.


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