(El malestar de la cultura)


El análisis de cualquier película de Lars von Trier supone todo un reto para un crítico; el análisis de su última película, Nymphomaniac, se antoja aún más complicado.

En primer lugar se trata de una cinta estrenada comercialmente en dos partes en un montaje que, como se nos advierte al principio de la proyección, el autor aprueba pero no considera propio. Personalmente creo incompleta cualquier crítica o comentario sobre las partes por separado, por tanto, en la presente reseña me intentaré acercar a Nymphomaniac como lo que realmente es: una sola obra.



Duraciones y divisiones del metraje aparte, la película venía precedida por la polémica por su contenido sexual ya desde el propio título. Se rumoreaba que solamente se estrenaría en salas pornográficas, que las escenas de sexo estaban simuladas digitalmente… Al final no ha sido para tanto (en ese sentido) y no es la película porno de von Trier que muchos esperaban, resultando lo más extraordinario de todo la capacidad del director danés para vendernos la moto y crear un hype desmesurado a partir de la nada. Von Trier es uno de los grandes publicistas actuales dentro del mundo del cine. Junto a Almodóvar o Tarantino, pocos tienen tanto control sobre las variables endógenas y exógenas que afectan a su obra.

Nymphomaniac es una película al alcance de pocos directores no ya en el sentido de su virtuosismo, sino en el de que es fruto directo de la libertad de la que goza von Trier. El director de Los idiotas se vuelve a saltar a la torera cualquier clase de corrección política y tema tabú. Su última película vuelve a no dejar títere con cabeza y tiene leña para todos. Hay hasta un par de bromas veladas sobre su presunto antisemitismo e incluso un guiño a su propia filmografía mediante una escena que devuelve a Anticristo a nuestras mentes. Como buen humorista que es, von Trier se ríe hasta de sí mismo.



Las ambiciones del danés vuelven a ser colosales y aquí se propone contar la vida sexual de su protagonista, Joe, desde su nacimiento hasta el momento en el que la misma le relata su historia a un viejo solitario, Seligman, que la recoge de la calle tras encontrarla demacrada por una brutal paliza y la cuida, atiende y escucha durante su convalecencia. Así, la película se vertebra como la descripción de las aventuras (sexuales) de Joe al comprensivo Seligman estructuradas en ocho capítulos de distinta temática y hasta distinto tratamiento visual pero siempre teniendo como centro a Joe y su particular condición.

Esta peculiar forma de relatar los acontecimientos es uno de los puntos fuertes de la película, ya que cada suceso estará minuciosamente comentado (y discutido) por los dos protagonistas. Mientras Joe enfoca la historia desde un ángulo más emocional, casi como si de una confesión se tratara, Seligman ofrece una perspectiva más racional, sacando analogías con los más diversos elementos de la pintura, la música e incluso la pesca: la forma de seducir a un hombre casado para realizarle una felación será comparada con las técnicas del uso del cebo para atrapar a un pez, y las combinaciones de diferentes amantes para saciar a la insaciable ninfómana serán vistas por Seligman como las distintas voces propias que conforman una armonía.



La dialéctica entre Joe y Seligman será constante a lo largo de todo el metraje, como un partido de tenis en el que la pelota va y vuelve rebotada por el rival en la feroz (y sempiterna) oposición entre el hemisferio derecho del cerebro y el izquierdo, la razón y la emoción, el yo y el ello o lo apolíneo y lo dionisíaco. Llámenlo como quieran. La tensión irá in crescendo hasta resolverse en un glorioso final sobre el que conviene no soltar prenda, pero que es puro Trier y muy consecuente con toda la película.

Y es que Nymphomaniac es mucho más que una historia de sexo. Bajo su apariencia de mera provocación, la última película de Lars von Trier está cargada de múltiples significados y lecturas que superan este somero análisis. Estamos ante una de las películas más complejas del "enfant terrible" del cine moderno, que ya es decir.



Como en el brillante plano en el que se nos muestra a la protagonista llorando ante el cadáver de su padre a través de sus piernas entre las que se desliza una lágrima lúbrica, Nymphomaniac es provocadora, sí, pero también técnicamente virtuosa, valiente, singular, reflexiva y de una profundidad abisal para el alma.

Madrid

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