ASUNTO: Premios Feroz
Que el aullido de este Feroz sea largo y profundo y que en él nos reconozcamos todos. (...) Porque nos necesitamos.
Con estos buenos deseos hacia unos premios que comenzaban a caminar en un ambiente casi propio de un sueño, comenzaba José Sacristán su discurso de agradecimiento por éste primer Feroz de Honor que recibió ayer cercanos a las once y media de la noche.
Con estos buenos deseos hacia unos premios que comenzaban a caminar en un ambiente casi propio de un sueño, comenzaba José Sacristán su discurso de agradecimiento por éste primer Feroz de Honor que recibió ayer cercanos a las once y media de la noche.
No se trataba, no se trata, de una voz - imponente, como siempre - aislada ni eran, ni son, unos deseos únicos.
Ayer despegaron los Premios Feroz mostrando eso sí más simpatía, cariño y, ante todo, complicidad que colmillo y demostrando la necesidad de soñar. Y es que todo empezó como un sueño, como una "locura en un grupo de Whatsapp" si queremos actualizar el anhelo a la época actual tal y como decía un debordado por la emoción David Carrón (presidente de la recién creada Asociación de Informadores Cinematográficos de España) en su igualmente emocionante discurso-brindis. Hasta la sorprendente (para bien) ganadora, Stockholm, es fruto del deseo de crear. Y de crear, volviendo a lo anterior, el sueño del cine. Del cine español.
Todo viene a formar una cadena que un equipo tenaz y feroz, feroz y tenaz busca reforzar. Y es la cadena que da forma a un cine, el nacional, siempre a punto de desbordarse e irse al traste pero también siempre erguido y caminando sobre la delicada frontera entre lo comercial e industrial - el dinero, esencia del cine como industria, quizá lo realmente importante para esos "feroces recaudadores" que decía Sacristán - y el arrebato artístico. Sin medios, con medios. Qué importa.
Fue una gala que prefirió dejar a un lado la espectacularidad de las grandes galas para salir victoriosa al apostar por lo cómplice, que presentó con mordacidad y encanto Alexandra Jímenez y escribió con más fervor que acierto (que los hubo, y muchos. Muchísimos) Paco Cabezas.
Cine, sueños. Cine, sueños. Cine, sueños. Y una y otra vez. No era más ese brindis que pedía Carrón y que puso al público en pie que un brindis por un sueño cumplido. Quizá, muy probablemente, por varios. Solo había que ver la emoción juvenil y despistada, no por más experto o veterano se pierde la febril sensación de alegría al verte con un premio entre las manos, de los ganadores (y de los entregadores). Solo había que ver la sensación de distensión que inundaba un Cine Callao único y dorado entre entregadores e ilustres invitados. Solo había que ver lo que el, anteriormente mencionado, equipo tenaz, feroz y, ahora también, feliz habían logrado: una gala con patrocinadores, rostros clave en el cine español, buen rollo y una repercusión informativa que ni ellos mismos, creo, debían esperar.
Comenzaron pues a desfilar estrellas por una alfombra roja helada aun sin lluvia (¡menos mal!) sorprendidas quizá ante un montaje ferozmente especial. No, en efecto, nada tenían que envidiarle a los grandes y aparentemente inalcanzables Goya.
Y en ese alegato de Sacristán, en el primer discurso de Carrón en condición de presidente, en los reivindicativos speech de De la Torre o Trueba se condensaba un sentimiento común, identificable de manera fácil, cálido, fuerte y muy necesario: estamos juntos en ésto. "El peliculero y el pregonero", o viceversa. No importa tampoco. Juntos a favor de una cinematografía feroz y tenaz. Tenaz y feroz.
Y se premió a la ilusión, a la valentía. Se premió a un Mario Casas que nadie pensó premiar antes, a un David Trueba (por partida doble) por una película - Vivir es fácil con los ojos cerrados - que constituye un emocionante e ilusionante viaje a través de un pasado futuro. Una melancólica pero tierna mirada a una época en la que la luz se buscaba y ansiaba irremediablemente a fin de encontrar un futuro en el que la luz no deba ser peleada sino derecho propio. Se premió una Ilusión, la de Daniel Castro, que era una profunda condensación de los valores de hacer cine (sin dinero) ahora, una representación de, qué puñetas, eso. De ilusión. Fue premiada una comedia llana sin rebuscadas volteretas de guión. Una comedia, 3 bodas de más, divertida, olvidada y marginada en premios de esta clase, que salió a relucir demostrando que, no, nunca está de más. Y se premió una película profundamente especial: Stockholm ganó inesperadamente en un final de emoción más que de infarto que el equipo agradeció con gracia chispeante y jovialidad propia de la mezcla de nervios, alcohol y satisfacción. Stockholm es ese cine joven y pequeño en forma pero grande, muy grande en esencia. Ese es el espíritu feroz del cine español.
Y como ilusos (orgullosos de ello) todos respiramos cine en los Feroz y disfrutamos del inicio de un futuro clásico. Yo, a 451 kilómetros - por desgracia gripal - de distancia, escuché el aullido "largo y profundo" de un feroz que retumba y retumbará en los oidos del cine español: único y necesario. Sí, necesario. Retumbará para recordarnos que no hay tópico que valga para derrumbar ni romper una cadena flexible pero incorruptible, para matar un sueño ni para destrozar un binomio de necesidad y complicidad: el de la prensa cultural y la cultura, el de los informadores cinematográficos y el cine. Hay fallos por pulir, los hay y los habrá pero siempre podremos criticarlos o, mejor, intentar solucionarlos.
Anoche me fui a la cama feliz y feroz gracias a un equipo de personas (Pablo, Fer, David, Laura, Pedro...) que lo han dado todo a fín de preservar el cine español. Finalmente el clásico enhorabuena, el siempre necesario y escaso gracias. Gracias por dejarme sentirme un poco partícipe de un sueño que ya no era un sueño sino realidad... O cine.
Feroces, larga vida. ¡Que vivan los Feroz!
Director de La Llave Azul
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