Hace poco más de un año Miqui Otero, Desirée de Fez, Víctor Parkas y Dani Cantó impulsaban la primera edición de Cine Low Cost y con él, acuñaban ese término que tantas vueltas se le viene dando en los últimos meses. Como explican ellos en su presentación, el cine en los márgenes siempre ha existido pero la etiqueta low cost lo trae a nuestro aquí y ahora digital y tecnológico, que ha supuesto que mucho apasionados del cine dejen de ser sujetos pacientes a la espera de una llamada, de una oportunidad o de un golpe de suerte y se transformen en sujetos activos capaces de escribir, dirigir, producir o distribuir su propia creación cinematográfica. Este hecho nos envuelve en un tiempo de entusiasmo.
Desconozco si Kike Narcea, escritor y guionista de El tiempo de Plácido Meana, se siente identificado con la etiqueta “cine low cost” pero sí creo que su largometraje participa de ese tiempo de entusiasmo que atraviesan todos aquellos que ven un proyecto cinematográfico en pie a pesar de los pocos medios con los que se cuenta. No obstante, las buenas interpretaciones, el acierto a la hora de elaborar un reparto o la capacidad para armar un guion son atributos que no siempre están condicionados por el presupuesto con el que se cuente y todos ellos los podemos encontrar en El tiempo de Plácido Meana.
Kike Narcea nos propone una suerte de juego de cajas chinas con la aparición en pantalla de una libreta en la que un escritor relata la historia del rodaje de un documental sobre su propia vida. Así el cine, una vez más, no sólo se mete dentro del cine, sino que se convierte en el eje central de la película. El hecho de que la historia cuente con una narradora, muy bien interpretada por Cristina Gallego, nos invita a disfrutarlo como el artefacto que es y permite al director tomarse ciertas libertades a la hora de ajustar la trama, de introducir un giro tras otro, alguno incluso con propósito de jugar con la línea temporal, y de añadir guiños metacinematográficos.
La comicidad de El tiempo de Plácido Meana se podría decir que principalmente es generacional, tanto en los referentes con los que se juega (Espinete, Don Pimpón, el juego del tragabolas), como con los personajes- tipo que maneja. Toma en alguna ocasión la forma de monólogo, gracioso, pero rompe un poco el ritmo de la película. Está ruptura se da en alguna otra ocasión con una secuencia desgajada de la trama que ilustra y justifica la existencia de una tarjeta de visita y que parece responder al gustazo que se ha dado el director de trabajar con dos estupendas actrices como Belén Ponce de León y Mariam Hernández.
En cuanto a los personajes, el dibujo que ha sabido trazar el director apoyado en el trabajo de cada uno de los actores me parece destacable. Tal vez se nos queda algo borroso el personaje que da título a la cinta o, tal vez, es que el espectador se queda con ganas de conocer más pormenores de Plácido Meana. En cualquier caso, mis felicitaciones para Kike Narcea y todo su equipo. Probablemente les quede un largo camino por delante para conseguir compartir su trabajo con más público pero que no se olviden de vivir y disfrutar este tiempo de entusiasmo.
Plácido Meana fue escritor segoviano y pulp de las décadas de los 60 y 70. Novelas del Oeste, guiones de películas baratas, cómics de superhéroes... Meana resultó un singular autor de lo más prolífico; sin embargo, no se sabe nada de él desde hace varios años. Álvaro, Neves y Xaquín, conocedores de su paradero, viajan desde Galicia a Madrid para realizar un documental sobre el escritor. Nada más conocerle, conocen también el gran secreto de Plácido Meana. Los acontecimientos que se precipitarán desde ese momento, darán lugar a una comedia coral, lisérgica y frenética, repleta de excéntricos personajes e insólitas situaciones.
(Imágenes cedidas por la productora: La Fila de Al Lado S.L)
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