Si el lector ha tenido la oportunidad (y el placer) de pasear por las calles de Memphis, entre garito y garito, se habrá percatado de la ingente cantidad de imitadores del Rey del Rock que alberga esta ciudad. Personas que elevan a Elvis a la categoría de gurú y, se podría de decir, que de religión.
El protagonista de El último Elvis vive en Argentina pero pertenece a este peculiar credo y lo profesa hasta extremos enfermizos. Trabaja en una fría fábrica y se ha distanciado de sus seres queridos más de lo que piensa, alienado por su fijación con la estrella de rock. Sus únicos momentos de paz se producen al visionar por enésima vez los conciertos y entrevistas de su ídolo y, claro está, al emularlos cuando asiste a espectáculos. Nacido Carlos Gutiérrez, él se siente Elvis y así se hace llamar, susurrando con vergüenza su verdadero nombre cuando es obligado por algún trámite legal.
Lejos de recluir esta faceta de mimo a los conciertos, Carlos/Elvis ha llevado su obsesión al terreno de lo personal. Va vestido en su traje de músico, conduce un Cadillac y en ocasiones suelta alguna frase en inglés. Su mujer, cansada de su enajenación, se ha separado y se plantea pedir la custodia de su hija en común, Lisa Marie, cuyo nombre será identificado como el de la hija de Presley por aquellos que sepan un poco de la vida del Rey.
Aun así, Carlos se mantiene impasible y no renuncia a sus sueños. Parece creer ser un enviado divino con una misión. “Dios me dio su voz, yo solo tuve que aceptarlo” se justifica él. Pero precisamente es esa locura la que hace que uno le coja cierto aprecio. Carlos no puede evitar dejar a su familia apartada como algo secundario. Su prioridad en esta vida es otra, y no parará hasta alcanzar lo que él cree que es su destino: ser Elvis. No se trata de esquizofrenia ni de otra condición psicológica, es más bien un absoluto acto de amor por el objeto venerado que le consume.
John McInerny, el encargado de dar vida a este fascinante doble, no es actor profesional. Reparte su tiempo entre trabajar como arquitecto, profesor de universidad y, sí, realizar imitaciones de Presley. Probablemente sea esa la causa de la absoluta comunión entre el personaje y el actor, que, aparte de dar un recital de interpretación, demuestra tener mucho talento tras el micrófono. Las escenas en las que se sube al escenario constituyen algunos de los mejores momentos de la película y sus versiones conocidos temas como "Always on My Mind", “Glory, Glory, Hallelujah” o "Suspicious Minds" desbordan emoción y le tocarán el alma hasta a los menos apasionados del cantante de Tupelo.
En cualquier caso, es importante aclarar que no estamos ante una película pensada para fans de Elvis. Éstos podrán deleitarse con su música y con ciertos guiños, pero si van buscando un homenaje a su ídolo quedarán decepcionados. El último Elvis es un drama personal sobre un pobre diablo atrapado por sus obsesiones y devorado por su mito.
No en vano, el director de la película, Armando Bo II, fue guionista de Biutiful, la última película de González Iñárritu a la espera del estreno de Birdman. De hecho, se aprecian ciertas similitudes con el mexicano en la elección de personajes marginales que subsisten en precarias condiciones. Sin embargo, mientras el responsable de Amores perros insistía de forma machacona en recrearse en las miserias de sus protagonistas, Bo II muestra con sutileza y escasas pinceladas las sombras de la vida de este peculiar personaje en un ejercicio de concisión: un par de escenas bastan para que el espectador descubra sus miserias e infiernos personales sin necesidad de caer en tremendismos o hurgar en heridas.
Teniendo todos los ingredientes para hacer una historia sentimentalista y buscar la lágrima fácil, Bo II esquiva esa bala, y eso, a día de hoy, se agradece y mucho.
El último Elvis es una película cruda, despojada de artificios y sin muchas pretensiones, y esas son sus mejores bazas para conquistar al espectador. Pero, por otra parte, le falta esa pizca de ambición para perdurar en la memoria.
Da la sensación de que el director se ha quedado un poco a medias en su debut. Como drama familiar, lo hemos visto antes y mejor, siendo la faceta más interesante y novedosa de la película el estudio de la psique del atormentado protagonista, y ahí se echa de menos más arrojo por parte del director para profundizar en su locura.
No obstante, Armando Bo II se desvela como un cineasta con aplomo y dominio tras la cámara y destaca por su atrevimiento en ciertos planos, algo sorprendente en un debutante, aunque hay que tener en cuenta que el argentino ya venía curtido de trabajar en el mundo de la publicidad.
En definitiva, El último Elvis, no por no ser redonda deja de antojarse como una sólida e interesante carta de presentación para un director a tener en cuenta.
Un artículo de Alfredo Martínez
Carlos Gutiérrez (Elvis) es un cantante separado que tiene una pequeña hija llamada Lisa Marie a la que no ve muy seguido. Siempre vivió su vida como si fuese la reencarnación de Elvis Presley, negándose a aceptar su realidad. Pero está a punto de cumplir los años que su ídolo tenía al morir y su futuro se muestra vacío. Una situación inesperada lo obliga a hacerse cargo de su hija. En esos días, Carlos logra conocerse como padre y Lisa Marie aprende a aceptarlo tal cual es. Pero el destino le presenta una decisión difícil. En un viaje de locura y música, Carlos deberá elegir entre su sueño de ser Elvis o su familia.
Una crítica muy bien escrita, la he leído con fluidez. Se te agradece a ti que nos deleites con tus opiniones.
ResponderEliminarTengo que ver esta peli.