Lo apolíneo y lo dionisíaco


La historia del deporte está plagada de grandes rivalidades. Duelos a muerte entre grandes figuras en los que solamente una puede resultar vencedora. Cada disciplina presenta sus casos. En baloncesto tenemos a Magic Johnson contra Larry Bird. Muhammad Ali y Joe Frazier se trajeron las suyas en los cuadriláteros de boxeo. Imposible también olvidar el enfrentamiento entre Karpov y Kasparov por ser el dueño de los tableros de ajedrez. Y, sin remontarnos al pasado, en estos momentos podemos disfrutar la salvaje competencia entre Cristiano Ronaldo y Messi en nuestra liga de fútbol o su equivalente tenístico entre Nadal y Federer.

La Fórmula 1 no es una excepción y ha proporcionado numerosos ejemplos. Ahí están tanto los viejos clásicos (Senna contra Prost, Piquet y Mansell…) como los casos más recientes (Alonso y Hamilton, Alonso y Vettel…).

La última película de Ron Howard, Rush, se centra en la mítica lucha entre los famosos pilotos Niki Lauda y James Hunt, concretamente en la disputa del Mundial de 1976. Ambos, el primero en el interior de un Ferrari y el segundo en un McLaren, mantuvieron una encarnizada batalla por el título plagada de sucesos entre los que se encuentra el desafortunado accidente que casi le cuesta la vida a Lauda.



Parece ser que la trama retrata la historia real con bastante fidelidad. El mismísimo piloto de Ferrari se ha mostrado muy satisfecho y emocionado con el resultado final, lamentándose de que su amigo y rival de McLaren, James Hunt, no siga vivo para verlo. También ha dado su visto bueno Bernie Ecclestone, presidente y director ejecutivo de la Formula One Management y Formula One Administration; es decir, la máxima autoridad en el mundo de la Fórmula 1.

Quien escribe estas líneas duda mucho que cualquier amante de este deporte de motor quede decepcionado por la película. Hay suficientes apuntes históricos, explicaciones sobre la mecánica de los bólidos y demás referencias y guiños para que los fans abandonen la sala entusiasmados.

Ahora bien, con una película de estas características siempre cabe plantearse si será capaz de ganarse a los espectadores a los que la Formula 1 les deja fríos, por no hablar de los no iniciados. Unos pocos minutos bastan para disipar toda incertidumbre: Rush es mucho más que una película sobre carreras de coches, aunque en este campo funciona la perfección.



Obviamente las escenas que tienen lugar en los circuitos de conducción son uno de los platos fuertes de la película. La inmersión que Rush consigue en el espectador hace que éste llegue a sentirse al bordo de un monoplaza conduciendo a velocidades de vértigo y con el espectro de la fatalidad siempre presente. Ron Howard dispone de suficientes recursos para ello: desde una ingente cantidad de cámaras en la pista que ofrecen una infinidad de planos y ángulos imposibles hasta reconstrucciones digitales de lo que sucede en el interior de los motores. Todo contribuye a hacer de estas carreras momentos vibrantes.

Fuera de la pista la película pierde algo de fuerza pero mantiene el interés. Si en un principio la relación entre Lauda y Hunt tira del cliché, a medida que avanza la trama va ganando riqueza en matices hasta llegar a su brillante conclusión. De una rivalidad tontaina e infantiloide pasamos a una relación fascinante entre dos personas opuestas enfrentadas por un mismo objetivo pero que se respetan mutuamente y sobre todo, se complementan.

No solo estamos antes dos formas de conducir (la disciplina y metodología de Lauda contra el arrojo y la temeridad de Hunt), sino ante dos formas de vida: la austeridad y la serenidad del primero contra el vicio y la inestabilidad del segundo. Lo apolíneo y lo dionisíaco. Rush no juzga ni se decanta por ninguna de ellas, más bien parece decir que la una necesita a la otra para sobrevivir. Como muestra la magnífica escena final, es una lucha interminable que solo lleva a la mejora mutua.



0 comentarios:

Publicar un comentario