61 Zinemaldia | Primera crónica

Nada más llegar a San Sebastián, quedo abrumado por el nuevo aroma que desprende la ya de por sí preciosa ciudad estos días. Se respira algo nuevo en el ambiente, algo que no estaba presente en mis últimas visitas. La gente se empapa de esta nueva sustancia, la inhala, se alimenta de ella… Este nuevo aroma es el cine. Es emocionante ver a la buena gente de Donosti involucrarse tanto en su festival. Admiro su empeño en demostrar al mundo que el séptimo arte, a pesar del oscuro momento por el que pasa en nuestro país, no solo no está muerto, sino que es una parte esencial de la esencia de la ciudad.

Arie Posin y Annette Bening, director y guionista de 'La Mirada del Amor', junto a José Luis Rebordinos, director del festival.


Emocionado como tantos otros y tras recoger mi acreditación, informarme de los pases de prensa y perderme varias veces, llego al edificio principal en el que se proyectará The Face of Love, dentro de la sección Perlas que reúne "lo mejor" del cine visto en importantes certamentes internacionales, segundo largometraje del director israelí Arie Posin que cuenta con, nada más ni nada menos, que la presencia de Annette Bening y Ed Harris.

Tras una no muy larga espera y resignado a escuchar cómo la mujer alemana que ocupa la butaca contigua se esfuerza por convencerme de las escasas dotes interpretativas de Bening, la película comienza. Y lo primero que puedo decir es que mi Riefenstahl particular se equivoca profundamente… En el momento en que Bening arruine una película por su interpretación, sabremos que el mundo ha llegado a su fin. Ella es el alma del film, enriquece cada secuencia con su sola presencia, nos encandila… Pero desgraciadamente no es suficiente.

Arie Posin habla al público del Teatro Victoria Eugenia sobre 'La Mirada del Amor'. Junto a él, Annette Bening.


El drama siempre me ha parecido un género que conlleva una extrema dificultad. Se puede hacer muy bien… o convertirse en algo ridículo. El exceso de melodrama de The Face of Love la lleva al terreno de la redundancia, cosa que en ocasiones conduce al bochorno más absoluto. Momentos que pretenden resultar dramáticos o causar cierta emoción en el público, son involuntariamente irrisorios.

El empeño de Posin por mostrar lo difícil que puede ser la vida tras la pérdida de un ser querido, no es fructífero, principalmente por la escasa calidad y credibilidad de la historia. A pesar de partir de una premisa interesante, el guión no posee ningún aliciente que invite al espectador a seguir interesado en la historia. La constante repetición de escenas y diálogos insulsos, vacíos de sentimiento y completamente huecos provocan el aburrimiento una vez concluidos los primeros tres cuartos de hora. A partir de ahí, la película consiste en una sucesión de escenas en las que Bening y Harris hacen lo que pueden con sus respectivos personajes, intentando por todos los medios posibles que el público se sumerja en tan poco creíble relación. Además, la presencia del personaje de Robin Williams es tan poco necesaria como acertada, no aportando absolutamente nada a la trama y provocando de nuevo momentos de carcajada involuntaria. Los aspectos técnicos están cuidados, sí, pero el film posee una carencia tan grande que el espectador lo olvida nada más abandonar la sala.

Sarah Gadon junto a Denis Villeneuve, actriz y director de 'Enemy'
Deseoso de quitarme el mal sabor de boca y muy consciente de que la siguiente película va a generar una gran expectación, entro con bastante antelación al pase de Enemy, la primera película a concurso del festival y lo nuevo del gran Denis Villeneuve. No me equivocaba: en menos de diez minutos la sala está a rebosar. Impaciencia, nervios, movimientos frenéticos de pierna, carcajadas nerviosas, tweets compulsivos… Y entonces las luces se apagan y comienza el espectáculo.

Comencemos por decir que Enemy no solo es la mejor película de Denis Villeneuve (a falta de ver Prisoners), sino que también es uno de los trabajos más personales, artísticos y creativos que he visto en mucho tiempo. Abrumadora, inquietante, perturbadora, fascinante, kafkiana en el sentido más literal de la palabra… No hay suficientes adjetivos para describir el impacto que puede provocar en una mente abierta la historia del personaje de Gyllenhaal. Es fácil por tanto establecer ciertas semejanzas entre esta fascinante exploración del miedo y el cine de David Lynch. A lo largo de los años, muchos han intentado imitar su trabajo cayendo en la vulgar parodia. Pero Villeneuve no imita, simplemente demuestra que tiene la misma capacidad que Lynch para infundir pánico en el espectador a través de una excelente dirección, un soberbio montaje y una atmosférica banda sonora.

El film narra la historia de Adam Bell, un triste y cansado profesor de Historia que en el peor momento de su vida encuentra en sí mismo a su peor enemigo. Partiendo de esta base, la película avanza con suma fluidez, acrecentando esta terrible sensación de descontrol, de pavor, de que el caos se apodera tanto de la mente del protagonista como de la del público. El guión es como una gran telaraña de secretos, puertas por abrir y misterios que solo el espectador puede descubrir si decide introducirse en su juego. Los elementos oníricos y surrealistas impregnan la mayoría de las escenas, se ciernen como sombras sobre sus protagonistas y su presencia constituye una parte muy importante de la película.

Jake Gyllenhaal nos regala una (o, mejor dicho, dos) de las mejores actuaciones de su carrera. En mi opinión uno de los mayores desafíos para un actor es interpretar a dos personajes tan distintos pero al mismo tiempo tan iguales, y Gyllenhaal lo consigue con admirable facilidad. Cada gesto, cada mirada, cada movimiento denota un profundo entendimiento de la psicología del personaje y de verdad espero que se le reconozca tal mérito. La guinda del pastel la pone el clímax final y el ultimísimo plano. Aún tiemblo al recordarlo. Kafka estaría orgulloso.

Abdellatif Kechiche recogiendo el Gran Premio FIPRESCI otorgado a su película: 'La Vida de Adèle'


Todavía en estado de shock y tras una apresurada cena, me dirijo al pase de la última película del día y, personalmente, la más esperada: la flamante ganadora del pasado Festival de Cannes, la película que todo el mundo está deseando ver, el film que más hype ha generado entre el público en los últimos años: La vie d’Adèle (proyección especial con motivo del Gran Premio FIPRESCI). Instantáneamente uno se da cuenta de que la gente está desesperada por contemplar tres horas de la vida de la joven Adèle: la cola de entrada da varias vueltas, un grupo de amigos pregunta por entradas de sobra a cada componente de la fila y, en el momento en que se abren las puertas, eso parece una lucha a muerte por conseguir el mejor sitio.

Una vez dentro y tras una breve presentación, Abdellatif Kechiche, director del film aparece de manera inesperada junto al productor para dedicarnos unas palabras. La multitud enloquece. Kechiche aprovecha para agradecer la recepción del público y la crítica y nos invita a disfrutar la película que tantas alegrías le ha traído. Después de una nueva ovación, se hace la oscuridad y Adèle aparece por primera vez en pantalla.

El anteriormente mencionado hype puede conllevar una gran decepción… pero por suerte este no es el caso. Para nada. Tan cruda y bella como la vida misma, La vie d’Adèle es un maravilloso y trágico poema de amor. Hay algo especial en ella, no solo es cine en estado puro, es la vida.

Fotograma de la galardonada 'La Vida de Adèle'


Contribuyen a ello miles de factores, pero especialmente sus dos actrices protagonistas. Estando Lèa Seydoux fabulosa, apenas tengo palabras para describir lo que hace Adèle Exarchopoulos: su interpretación no es de este mundo. En todos mis años de cine, jamás había visto a una actriz tan joven entregarse tanto a un personaje como ella. Proporciona una increíble riqueza de matices al personaje, se desprende de su propia piel para convertirse en el personaje, ES el personaje. ¿Cómo es posible que una prácticamente desconocida consiga lograr esto? ¿Cuál es el método interpretativo que ha seguido bajo las órdenes de Kechiche? Todo esto supone un misterio y es imposible apartar la mirada de ella. El espectador queda fascinado ante la capacidad actoral de esta joven intérprete y, partiendo de este hecho, su sola presencia en pantalla se convierte en una auténtica delicia.

Otro de los mayores aciertos del film es su capacidad para convertir lo cotidiano en algo maravilloso. La belleza de los pequeños detalles de la vida está presente en sus más de tres horas de metraje: la textura de un pétalo, los hoyuelos de las mejillas de Adèle, la inusitada calidez de unos ojos azules… A la hora de buscar esta belleza, influye mucho la soberbia fotografía: austera y fría cuando debe serlo; otras veces cálida y buscando resaltar los aspectos fantásticos de la vida. A través de estos elementos y con una dirección propia de un realizador mucho más experimentado, Kechiche crea el mundo de Adèle, sumerge al público en su vida, hace que suframos por ella, lloremos con ella, disfrutemos con ella… Es tal su empeño para hacer que olvidemos nuestra propia vida y nos traslademos al interior de Adèle, que finalmente se excede bastante en la duración del metraje. Aunque disfrutemos de cada plano, nos regodeemos en la felicidad de Adèle o padezcamos su tristeza, uno no puede evitar preguntarse si habría sentido lo mismo suprimiendo media hora de cinta.

Aún así, la película causa sensación y una ovación ensordecedora acompaña a los primeros títulos de crédito. El entusiasmo que ha causado Adèle ha puesto el listón muy alto y todos nos hacemos la siguiente pregunta: ¿conseguirá cualquier otra película del festival estar a su nivel?

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