El arte y la vida.

George Clooney se pone, por quinta vez, tras las cámaras dirigiendo el drama bélico Monuments Men que se estrena tras su tibio paso por la Berlinale. La película propone un debate sobre la anteposición del valor histórico del arte frente al de nuestra propia vida en el marco de una historia real sucedida durante la Segunda Guerra Mundial. El propio Clooney protagoniza el filme junto a un extenso reparto lleno de caras conocidas.


“Escuchad, escuchad, digamos que se quema un edificio, y que sólo puedes salvar una sola cosa: o el último ejemplar de las obras completas de Shakespeare o bien un ser humano anónimo. ¿Qué haríais?”. Esta pregunta formulada uno de los personajes de Balas sobre Broadway, magistral lección de Woody Allen en torno al arte y a la vida, bien podría resonar en la cabeza del espectador al salir de ver Monuments Men.

La última película de George Clooney tras el éxito de su impecable trabajo anterior, Los idus de marzo, cuenta un suceso bastante desconocido de la Historia: la misión de un equipo de especialistas en arte, los Monuments Men, que en mitad de la barbarie de la Segunda Guerra Mundial buscan recuperar las obras robadas por los Nazis para devolvérselas a sus legítimos propietarios. ¿Vale la pena arriesgar la vida de estos hombres para recuperar unos cuadros y esculturas?



Clooney intenta contestar a la pregunta sin rodeos como director (y también como personaje en un par de magníficos discursos cargados de emoción contenida) a la vez que narra las aventuras del extraño escuadrón en las que hay lugar para el drama, el humor, el romance e incluso algo de acción, amén de un alegato pacifista y una oda al arte.

Lejos de responder con aparatosos y engolados discursos, Clooney ha dirigido una película profundamente humanista y candorosa. Monuments Men, consciente de la seriedad del asunto sobre el que trata, decide tratarlo con sencillez y emoción. Sus personajes, tan confundidos como nosotros ante el dilema que plantea su trabajo, resultan realmente entrañables y la comunión de esta banda de historiadores del arte, restauradores y directores de museos es conmovedora. George Clooney, Matt Damon, Bill Murray, John Goodman, Bob Balaban, Jean Dujardin y Hugh Bonneville consiguen que el espectador se sienta como uno más de la familia conformando un grupo hawksiano al que se vuelve a ver con la misma ilusión que a unos viejos amigos. A ello hay que sumarle el papel de la siempre espléndida Cate Blanchett.



No se trata de una obra redonda, pero sí es desbordantemente generosa con su espectador. Con un tono desenfado, rozando lo episódico, Monuments Men resulta algo desigual como conjunto, casi incapaz de dar con su propia voz entre semejante maraña de elementos. No obstante, contiene momentos absolutamente brillantes, como ese amago de affaire romántico, la redención del personaje interpretado por Hugh Bonneville, el incidente con la mina antipersona o el músculo cómico de la pareja formada por Bob Balaban y Bill Murray (este último ha explotado las capacidades humorísticas de su hieratismo hasta límites realmente asombrosos: nunca un actor arrancó tantas carcajadas con tan poco).

George Clooney ratifica otra vez más su buen hacer tras la cámara confirmándose (si es que no lo estaba ya) como un gran director. La escena en la que se superponen la escritura de una carta con una heroica acción posterior del personaje que la escribe es un hallazgo que permite vislumbrar su talento como cineasta. Con su quinta película, Monuments Men, ha conseguido una obra original, emocionante y auténtica. No podemos afirmar que valga más que una vida humana, pero este cronista se atreve a proclamar que bien vale la entrada.



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