Is this the real life? Is this just fantasy? Ya lo dijo Freddie Mercury en la obra de arte que es Bohemian Rhapsody. A veces encontramos dificultades a la hora de distinguir entre realidad y fantasía. Otras veces nos escudamos en esta última como medio para huir de la dolorosa verdad.
Pues bien, este es el punto de partida que toma Ben Stiller para contarnos la historia de Walter Mitty, personaje inspirado en una historieta de James Thurber que ya tuvo su adaptación cinematográfica en el año 1947.
Mitty se nos presenta desde un primer momento como el prototipo de fracasado. Su trabajo en la revista Time no le llena y trata desesperadamente de llamar la atención de una mujer escondiéndose para ello en el anonimato de internet. Por si todo esto fuera poco, un día descubre que la revista va a proceder a su cierre en el medio impreso, cosa que provocará en la plantilla una serie de despidos incontrolables. Pero antes de que esto ocurra, el último número en papel de la revista se publicará en pocos días y el negativo que formará parte de la portada del último número ha desaparecido. Mitty decide entonces dejar atrás su insulsa vida y emprender una aventura desde Groenlandia hasta el Himalaya en busca del negativo que cambiará su forma de ser para siempre.
Cuando el pasado verano pudimos ver el primer tráiler del nuevo trabajo de Stiller por partida doble (director y actor), muchos nos sorprendimos ante el poderío visual y emocional del avance. El entusiasmo general que suscitó solo fue quebrado por unos pocos escépticos que dudaban de la capacidad de Stiller para trasladar la profundidad del tráiler a un largometraje de 2 horas.
Por desgracia, dichos escépticos no se equivocaban y lo cierto es que La Vida Secreta de Walter Mitty no posee, ni de lejos, la profundidad emocional que el primer avance nos hizo creer que tendría.
Vamos por partes.
El problema principal viene a raíz de una estructura narrativa excesivamente irregular que no permite que el espectador entre de lleno en la imaginación de Mitty, retratada con tanto empeño por los realizadores. Es cierto que no se le puede poner ninguna pega a la calidad visual de la película, resultando en múltiples ocasiones deslumbrante y potenciada por la belleza de los paisajes de las localizaciones escogidas.
Quizás aquí resida el problema: Stiller busca esa belleza en los trucos visuales, en las espectaculares panorámicas y saltos “rompe-cristales” que cortan la respiración. En cambio parece no encontrar dicha belleza en el poder de las palabras o en la redondez de un guión bien estructurado.
Además, la supuesta química existente entre Stiller y su enamorada, alrededor de la cual se desarrolla toda la trama, es prácticamente nula. La blandura de las eternas conversaciones que mantienen a lo largo de toda la película resulta sorprendente (en el mal sentido) y cansina.
La magia del relato original es sustituida por fuegos de artificio: las fotografías se mueven, los títulos de crédito aparecen en los lugares menos esperados y la, dicho sea de paso, fantástica elección musical resuena en el tímpano del espectador impidiendo que pueda ponerse en contra del film mientras lo está visionando.
Pero una vez terminado uno se da cuenta de que no ha visto nada, de que le han engañado “como a un chino” con trucos de mago barato y una fotografía preciosa, elementos que hacen que La Vida Secreta de Walter Mitty parezca mucho más de lo que es: un mero entretenimiento manipulador, una cáscara hueca, vacía, muy bella en su superficie pero tremendamente ordinaria en su interior.
No todo vale.
redactor de La Llave Azul | Madrid
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