Desde Kenia, con amor.


El amor cada vez es retratado por el cine de maneras más contrarias. Si en la pasada temporada nos encontrábamos con esa obra maestra que era 'Amour', película que retrataba desde el deterioro y la muerte la fuerza del amor, este año hemos recibido 'To The Wonder', una carta romántica sobre el desgaste de las relaciones y la rutina, el compromiso, que acaban suponiendo las mismas. Ambas, aunque muy distintas (la primera nos situaba en un marco minimalista, con (casi) solo dos personajes, ritmo lento, diálogos profundos..., así como la segunda explotaba la imagen como vehículo narrativo principal y aprovechaba varios exteriores preciosistas, planteando la estética, la fotografía como piedra angular, como método estimulante de los sentidos), ambas retrataban tanto los estragos como las virtudes de las relaciones sentimentales. Ahora se estrena en España otra obra que nos habla desde la fealdad, desde la profunda tristeza, de algo tan (aparentemente) bello y febril como es el amor: la primera entrega de la archipolémica trilogía Paraíso del austriaco, casualmente (¿o no?) compatriota de Michael Haneke, artifice de 'Amour', Ulrich Seidl tras su tour por los festivales de Cannes, Venecia y Berlín.

Con el turismo sexual, las llamadas "sugar mammas", como excusa, se nos presenta la soledad de Teresa, enorme Margarete Tielsel en este rol, una mujer que acude a un resort de Kenia con el fin de pasar sus vacaciones y divertirse. Mediante pequeñas dosis de un humor negro, ácido y mordaz, de fina ironía, se va construyendo el relato moral que Seidl plantea. Un relato que evoluciona y se transforma junto a Teresa, cuyas, en principio, triviales vacaciones sexuales se van descubriendo y transformando en algo mucho mayor y trascendental. En un punto de inflexión en su vida. Y así, con su historia, con la (nueva) madurez de una persona que, sumergida en un abismo de soledad, se aferra a un clavo ardiendo para terminar quemándose, de una persona que en su descorazonadora búsqueda, ya no solo del amor, sino de la mera compañía, la charla, el afecto, acaba por verse envuelta en un halo de desencanto, evoluciona la película, tornándose desde las pinceladas de ligera y nerviosa "comedia" a los atisbos de profunda tristeza que se van desplegando como minas durante la primera hora, y estallando en la segunda parte del metraje.

Seidl construye su película, la hace evolucionar, sin prescindir de su profunda y asombrosa belleza ímplicita. Una belleza de tacto áspero, de condición tan exótica como los paisajes que muestra, útópica y terrorífica. Una belleza, sin embargo, cargada de una pesada y, paradójicamente radiante, tristeza. Una belleza tan estética, fabulosa y luminosa fotografía, como narrativa y emocional.

Intercalando imágenes de una dureza impactante, de una fealdad, ahora sí, explícita e ineludible, de un modo cruel y seco con otros segmentos de contraria ternura, confusa, el director austriaco compone un mosaico que provoca así como la náusea, también un efusivo aplauso. Uno de los films más intensos del año, uno de los films a los que la comparación con una "montaña rusa" les resulta más certera. Un descarnado tour a través de las fases de la desolación provocada por la soledad no buscada y, ante todo, un relato único sobre la desilusión. Sí, filmado con suma provocación pero también con un certero tacto sin por ello dejar de mostrar nada.

Resulta interesante observar y apreciar el entorno como otro importante personaje más en Paraíso: Amor. Ese resort "de pulserita" con todo incluido, con playas de arena blanca y aguas claras, situando Kenia como un paraíso frívolo, y su contraste con las aldeas apartadas de ese "paraíso" con el que juega, directa e indirectamente, el título. Como también sitúa la utilización del ser humano como un arma de doble filo, con un discurso de doble moral, de dos caminos paralelos mas distintos. El aprovechamiento del inicialmente aprovechado, la mentira, y viceversa.

Con Paraíso: Amor asistimos a una muestra de cine complejo y difícil. No tanto por su esquema argumental, sino por su fondo narrativo, su crudeza estética y su asfixiante tristeza desde su incio... hasta su final. Desde su planteamiento hasta su desarrollo. Asistimos a la obra de un artista que hay que mirar despojado de vergüenzas. Un crudo y, a la vez, muy bello peliculón que no os debéis perder.

Jesús Choya





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